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La novela española de posguerra reúne la producción de los escritores españoles en los años posteriores a la guerra civil —contienda finalizada en abril de 1939— y que se desarrolló durante la dictadura franquista tanto por el importante número de escritores exiliados como por, el progresivamente más numeroso, de los que permanecieron en España.
Principales representantes
Gonzalo Sobejano, reuniendo en un solo listado lo producido dentro y fuera de España, recoge autores como Ramón J. Sender, Max Aub, Francisco Ayala, Camilo José Cela, Ignacio Agustí, Gonzalo Torrente Ballester, Carmen Laforet, Miguel Delibes, Luis Romero Pérez, Elena Quiroga, Alejandro Núñez Alonso, Ricardo Fernández de la Reguera, José Luis Castillo-Puche, Ángel María de Lera, Tomás Salvador, Enrique Azcoaga, Ana María Matute, Rafael Sánchez Ferlosio, Mario Lacruz, Jesús Fernández Santos, Juan Goytisolo o Ignacio Aldecoa, entre otros.
A estos nombres añaden otros críticos los de Juan Petit, Luis Goytisolo, Juan García Hortelano,4 José María Gironella,5 Juan Antonio Zunzunegui, Torcuato Luca de Tena6 o Luis Martín Santos.
Novelas más señaladas
La novela El Jarama (1955), de Sánchez Ferlosio, está considerada una de las «novelas clave» de esta época, también destacan La familia de Pascual Duarte (1942) y La colmena (1951), de Cela —que José Carlos Mainer considera que «ha encarnado, como nadie, la literatura española de posguerra»—, La noria (1951), de Luis Romero, La sombra del ciprés es alargada (1948) y El camino (1951), de Delibes, y Nada (1945), de Laforet. German Gullón destaca a su vez la calidad de novelas como Tiempo de silencio (1961), de Martín Santos, y Muertes de perro (1958), de Ayala. La novela Los cipreses creen en dios (1953), de Gironella, tuvo un gran éxito de ventas.
La narrativa de posguerra, de forma evolutiva, presenta varias corrientes que la crítica, asociándolas a las décadas de producción, agruparía en:
En la década de 1940, en plena posguerra, parte de la referida 'novela existencial', cuyos mejores autores serían Miguel Delibes e Ignacio Aldecoa —y luego Carmen Laforet— degeneró en el llamado tremendismo, un subgénero literario caracterizado por su crudeza y cuyo principal exponente fue el futuro Premio Nobel Camilo José Cela.
A ese frente "descarnado y pesimista", se opondría una segunda generación, denominada precisamente «generación de 1950» o «de Medio Siglo», y formada por escritores que estaban muy lejos de alcanzar la mayoría de edad al estallar la guerra. Ante la propuesta de que habría existido una continuidad entre la etapa de «pretendido realismo» de los 40 y el realismo social de la década posterior, Joan-Lluís Marfany rechaza esta evolución progresiva y se decanta por la segunda —la novela social— representando en cambio una ruptura con lo anterior.
Como herederos del folletín, cita Max Aub en su Manual de la Historia de la Literatura Española,19 a un puñado de escritores "apegados al canon del realismo —y aun del naturalismo—", dicho en palabras de Eugenio de Nora. En esa lista están: Francisco de Cossío, Tomás Borrás, Bartolomé Soler, Huberto Pérez de Ossa, Ramón Ledesma Miranda y Darío Fernández Flórez. Frente a ellos, pero solo por el enfrentamiento del binomio realidad-ficción, a partir de la década de 1950, aparece en España un tipo de novela de bolsillo, barata, pobremente editada y peor corregida pero igualmente popular. La componen, a partir de 1953, la ciencia ficción escrita por autores como Pascual Enguídanos, con la serie Saga de los Aznar o José Mallorquí, y dos grandes ejemplos de lo que Juan Pablo Fusi llama «literatura de quiosco», léase la novelita rosa y la del oeste, entre cuyos autores el propio Fusi destaca a Corín Tellado, Lafuente Estefanía o el ya citado José Mallorquí. En concreto, a las novelitas rosa —género del cual Corín Tellado fue considerada «la reina» en España y buena parte de ellas inscribibles en la ideología falangista instaurada con la dictadura— Martín Gaite las llegó a describir como «máquinas trituradoras del intelecto del lector»; entre autoras que cultivaron este género, Andreu destaca a Carmen de Icaza y las hermanas Luisa-María y Concha Linares Becerra, a las que Montejo Gurruchaga suma nombres como los de Julia Maura, María de las Nieves Grajales, Pilar Molina, María Teresa Sesé, Luisa Alberca, Ángeles Villarta, Mercedes Formica y Mari Luz Morales.
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La novela española de posguerra reúne la producción de los escritores españoles en los años posteriores a la guerra civil —contienda finalizada en abril de 1939— y que se desarrolló durante la dictadura franquista tanto por el importante número de escritores exiliados como por, el progresivamente más numeroso, de los que permanecieron en España.
Principales representantes
Gonzalo Sobejano, reuniendo en un solo listado lo producido dentro y fuera de España, recoge autores como Ramón J. Sender, Max Aub, Francisco Ayala, Camilo José Cela, Ignacio Agustí, Gonzalo Torrente Ballester, Carmen Laforet, Miguel Delibes, Luis Romero Pérez, Elena Quiroga, Alejandro Núñez Alonso, Ricardo Fernández de la Reguera, José Luis Castillo-Puche, Ángel María de Lera, Tomás Salvador, Enrique Azcoaga, Ana María Matute, Rafael Sánchez Ferlosio, Mario Lacruz, Jesús Fernández Santos, Juan Goytisolo o Ignacio Aldecoa, entre otros.
A estos nombres añaden otros críticos los de Juan Petit, Luis Goytisolo, Juan García Hortelano,4 José María Gironella,5 Juan Antonio Zunzunegui, Torcuato Luca de Tena6 o Luis Martín Santos.
Novelas más señaladas
La novela El Jarama (1955), de Sánchez Ferlosio, está considerada una de las «novelas clave» de esta época, también destacan La familia de Pascual Duarte (1942) y La colmena (1951), de Cela —que José Carlos Mainer considera que «ha encarnado, como nadie, la literatura española de posguerra»—, La noria (1951), de Luis Romero, La sombra del ciprés es alargada (1948) y El camino (1951), de Delibes, y Nada (1945), de Laforet. German Gullón destaca a su vez la calidad de novelas como Tiempo de silencio (1961), de Martín Santos, y Muertes de perro (1958), de Ayala. La novela Los cipreses creen en dios (1953), de Gironella, tuvo un gran éxito de ventas.
La narrativa de posguerra, de forma evolutiva, presenta varias corrientes que la crítica, asociándolas a las décadas de producción, agruparía en:
En la década de 1940, en plena posguerra, parte de la referida 'novela existencial', cuyos mejores autores serían Miguel Delibes e Ignacio Aldecoa —y luego Carmen Laforet— degeneró en el llamado tremendismo, un subgénero literario caracterizado por su crudeza y cuyo principal exponente fue el futuro Premio Nobel Camilo José Cela.
A ese frente "descarnado y pesimista", se opondría una segunda generación, denominada precisamente «generación de 1950» o «de Medio Siglo», y formada por escritores que estaban muy lejos de alcanzar la mayoría de edad al estallar la guerra. Ante la propuesta de que habría existido una continuidad entre la etapa de «pretendido realismo» de los 40 y el realismo social de la década posterior, Joan-Lluís Marfany rechaza esta evolución progresiva y se decanta por la segunda —la novela social— representando en cambio una ruptura con lo anterior.
Como herederos del folletín, cita Max Aub en su Manual de la Historia de la Literatura Española,19 a un puñado de escritores "apegados al canon del realismo —y aun del naturalismo—", dicho en palabras de Eugenio de Nora. En esa lista están: Francisco de Cossío, Tomás Borrás, Bartolomé Soler, Huberto Pérez de Ossa, Ramón Ledesma Miranda y Darío Fernández Flórez. Frente a ellos, pero solo por el enfrentamiento del binomio realidad-ficción, a partir de la década de 1950, aparece en España un tipo de novela de bolsillo, barata, pobremente editada y peor corregida pero igualmente popular. La componen, a partir de 1953, la ciencia ficción escrita por autores como Pascual Enguídanos, con la serie Saga de los Aznar o José Mallorquí, y dos grandes ejemplos de lo que Juan Pablo Fusi llama «literatura de quiosco», léase la novelita rosa y la del oeste, entre cuyos autores el propio Fusi destaca a Corín Tellado, Lafuente Estefanía o el ya citado José Mallorquí. En concreto, a las novelitas rosa —género del cual Corín Tellado fue considerada «la reina» en España y buena parte de ellas inscribibles en la ideología falangista instaurada con la dictadura— Martín Gaite las llegó a describir como «máquinas trituradoras del intelecto del lector»; entre autoras que cultivaron este género, Andreu destaca a Carmen de Icaza y las hermanas Luisa-María y Concha Linares Becerra, a las que Montejo Gurruchaga suma nombres como los de Julia Maura, María de las Nieves Grajales, Pilar Molina, María Teresa Sesé, Luisa Alberca, Ángeles Villarta, Mercedes Formica y Mari Luz Morales.
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