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tipo de documento Lecciones
Se entiende por literatura medieval española a las manifestaciones de obras literarias escritas en castellano medieval entre, aproximadamente, comienzos del siglo XIII y finales del siglo XV. Las obras de referencia para esas fechas son, por un lado, el Cantar de mio Cid, cuyo manuscrito más antiguo sería de 1207, y La Celestina, de 1499, obra de transición hacia el Renacimiento.
Dado que, como demuestran las glosas utilizadas en Castilla para explicar o aclarar términos latinos, hacia finales del siglo X el latín hablado se había distanciado enormemente de sus orígenes (empezando a dar paso a las distintas lenguas romances peninsulares), hay que sobreentender que la literatura oral estaría siendo producida en castellano desde bastante antes que la literatura escrita.
Así lo demuestra, por otro lado, el hecho de que distintos autores de entre mediados del siglo XI y fines del XI romance, lo que se conoce con el nombre de jarchas.
Durante la Edad Media existió en la Península ibérica una amplia y variada tradición de canciones líricas populares. Eran cantadas por la población humilde, predominantemente rural, durante el trabajo y en las fiestas y veladas. Muchas de ellas se pusieron por escrito tardíamente, desde fines del siglo XV. Antes de esa fecha, son pocas las muestras que se conservan de aquella tradición poética.
Las jarchas
Las jarchas son de las apariciones líricas más tempranas. Se encuentran en ciertos poemas de los siglos XI y XII escritos en árabe clásico y también en hebreo, llamados muwashahas (o moaxajas). Estos poemas solían rematarse con una estrofita, cuyo nombre técnico era jarcha, compuesta en árabe vulgar o en el dialecto románico que hablaban los cristianos de Al-Andalus, el mozárabe, salpicado, por cierto, de arabismos. Es probable que las jarchas mozárabes que se conservan y que, a partir de 1948, han logrado descifrarse fueran citas, ya textuales, ya modificadas, de cantares populares propios de la población hispánica.
Las canciones galaico-portuguesas
Las jarchas mozárabes revelan la existencia en la Península ibérica de canciones de amor femeninas, emparentadas con otras que en los siglos XIII y XIV aparecerán citadas e imitadas en los refrains franceses y, sobre todo, en las estilizadas cantigas d'amigo de ciertos trovadores gallegoportugueses, quienes parecen haberse inspirado, precisamente, en canciones de danza femeninas de origen popular.
Los villancicos
A partir de fines del siglo XV, una moda que cundió en los ambientes cortesanos de España llevó a la utilización de villancicos (cantarcillos rústicos castellanos) como “materia prima” de composiciones musicales polifónicas y de poesías líricas cultas. Gracias a esta moda, conocemos más de dos mil cantarcillos que cantaban, recitaban y bailaban los campesinos y los pastores. Si no todos son auténticos, muchos deben de ser imitaciones y recreaciones, ciertamente nos presentan una imagen de cómo era esa lírica popular, tan diferente en sus temas, técnicas y estilo de la lírica culta contemporánea.
Se trata de cantares brevísimos, compuestos de apenas dos, tres o cuatro versos, que solían desarrollarse en una glosa, también popular, compuesta de una o más estrofas. La mayoría de las fuentes registran sólo el cantarcillo inicial (generalmente, seguido de una glosa no popular).
En contra de lo que pudiera parecer, la temática es bastante variada, si bien es cierto que hay un claro predominio del amoroso.
Otros motivos son:
Un poema épico, o, entre nosotros, un cantar de gesta, es un poema narrativo de tipo tradicional en el que se narran las hazañas legendarias de un héroe nacional.
Frente a la lírica, de carácter individual, y a la épica culta (pienso, por ejemplo en el Libro de Alexandre) , la poesía épica popular sintetiza el espíritu de la colectividad de un pueblo, que afirma su conciencia política en estos signos culturales.
Cantar de gesta es el nombre dado a la epopeya escrita en la Edad Media o a una manifestación literaria extensa perteneciente a la épica que narra las hazañas de un héroe que representa las virtudes que un pueblo o colectividad consideraban modélicas durante el medievo.
El texto consta de 3730 versos, aunque faltan uno o dos folios del principio y otros tantos en el interior, que se han podido reconstruir gracias a la Crónica de los veinte reyes.
En el explicit se lee que Per Abbat le escribió en el mes de mayo. En era de mill CC XLV. La era es la del César, que se inicia en el 38 a.C., de modo que se fecha en 1207 de la era cristiana. Era normal que los copistas dieran su nombre, como hace Per Abbat, de modo que su copia dataría de mediados del XIV, fecha del pergamino. Sin embargo son muchas las dudas que presenta tanto su datación como su autoría.
Menéndez Pidal
Estima que el hueco que hay en la fecha, En era de mill CC XLV, se debe a que falta una C porque los números romanos no se escribían separados. De modo que la copia de Per Abbat sería de 1307. En cuanto al autor, apunta que fue escrito hacia 1140 por un vecino de Medinaceli tras la muerte del Cid en el 1099. Sin embargo rectifica esta primera hipótesis en favor de una autoría compartida:
Nicasio Salvador
Considera que el autor es un clérigo que recoge la tradición oral de muchos autores (un juglar no conocería tantos datos eruditos) y que se compuso a finales del XII, pues antes aún vivirían los Infantes de Carrión y nadie se hubiera atrevido a ofenderlos.
Colin Smith
Está de acuerdo con Salvador en que un juglar no conocería tantos datos eruditos, pero también afirma que un clérigo no confundiría al abad de Cardeña, Sisebuto, con el abad Sancho. Este investigador piensa que el autor es Per Abbat, un jurista, por la importancia que se le da a las cortes en detrimento del duelo; y que los datos históricos provienen de las crónicas, por lo que el poema se compuso en 1207.
Alberto Montaner
Concluye en su edición del año 2000 que
El Poema se divide en tres partes o cantares : cantar del Destierro, Cantar de las bodas y Cantar de la afrenta de Corpes
Cantar del Destierro (vv. 1–1.086)
El poema se inicia con el destierro del Cid, primer motivo de deshonra, tras haber sido acusado de robo. Este deshonor supone también el ser desposeído de sus heredades o posesiones en Vivar y privado de la patria potestad de su familia.
El Cid sale de Vivar y llega a Burgos, donde nadie se atreve a darle asilo por temor a las represalias del rey. Allí se aprovecha de la avaricia de unos judíos. Seguidamente se dirige al monasterio de San Pedro de Cardeña para despedirse de su esposa, doña Jimena, y de sus dos hijas, a las que deja confiadas al abad de dicho monasterio. Entra luego en tierra de moros, a los que vence en varias ocasiones, recogiendo un rico botín del que envía parte al rey. Continúa sus correrías y derrota y prende al conde Barcelona, liberándole poco después.
Cantar de las Bodas (vv. 1.087–2.277)
Refiere fundamentalmente la conquista de Valencia. El Cid vence al rey moro de Sevilla y envía un nuevo presente al rey Alfonso VI, lo que permite el reencuentro del Cid con su familia. Poco después la ciudad es sitiada por el rey de Marruecos; el Cid le derrota y envía un tercer presente al rey Alfonso. Los infantes de Carrión solicitan al monarca de Castilla las hijas del Cid en matrimonio, quien interviene para lograr el consentimiento del padre y lo perdona solemnemente. Con los preparativos de la boda termina el segundo cantar.
Cantar de la afrenta de Corpes (vv. 2.278–3.730)
Los infantes de Carrión quedan en ridículo ante los cortesanos del Cid por su cobardía en el campo de batalla y por el pánico que demuestran a la vista de un león escapado. Deciden entonces vengar las burlas de que han sido objeto. Para ello parten de Valencia con sus mujeres y, al llegar al robledal de Corpes, las abandonan, después de azotarlas. El Cid pide justicia al rey. Convocadas las cortes en Toledo, los guerreros del Campeador desafían y vencen a los infantes, que son declarados traidores. El Poema termina con las nuevas bodas de las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol, con los infantes de Navarra y Aragón.
Edmund de Chasca describe la trama como una serie de dientes de sierra en la que a cada caída de la honra del protagonista (el destierro y la afrenta de Corpes), sigue una exaltación aún mayor (perdón del rey y bodas reparatorias).
Rodrigo Díaz de Vivar
Se retrata como un personaje muy humano, pues se recalca su condición de padre y esposo. Se le atribuye una serie de características que lo marcan como héroe: es fiel (buen vasallo); es mesurado, no pasional; tiene sapientia, que no es sinónimo de cultura, sino de saber obrar con sentido común y según se espera de él; posee fortitudo (valentía) y es, después de vencedor, ponderado con el enemigo.
La familia
Juega un papel secundario y es pertinente para resaltar al buen padre y al buen esposo. Doña Jimena, Doña Elvira y Doña Sol cumplen el tópico medieval de mujeres sumisas, al servicio del héroe y sin personalidad. Tiene dos hijas: Sol y Elvira.
Los vasallos del Cid
Lo que sí es cierto es que todos son dignos de su señor porque la bondad del señorío, según el tópico medieval, es comunicable.
Minaya Alvar Fañez; Martin Antolinez; Pedro Bermudez; Muño Gustioz; Martin Muñoz; Alvar Salvadorez; Alvar Alvarez; Galindo Garcia; Felix Muñoz.
Los cristianos-enemigos
Son García Ordóñez y los Infantes de Carrión. Pertenecen a la alta nobleza e invierten todas las cualidades del Cid.
El rey
Alfonso VI está por encima de todos: nunca es criticado y representa la ira regia.
Los árabes
Aparecen como dignos enemigos y en algunas ocasiones como aliados.
El poema, tal y como se nos ha conservado, se compone de 3733 versos anisosilábicos (la medida oscila entre las 10 y las 20 sílabas) con rima asonante. Están divididos en hemistiquios de entre cuatro y trece sílabas (aunque predominan los de siete).
Los versos se agrupan en tiradas épicas de extensión variable, que pueden unirse mediante versos de encadenamiento (se inicia una tirada con el mismo verso que acabó la anterior).
Son los propios de oralidad épica:
Se denomina Romancero Viejo al conjunto de romances recogidos y publicados durante el siglo XV, XVI y parte del XVII. El romance tradicional fue una manifestación amplia de la poesía folclórica hispánica en respuesta a la llamada balada europea. De acuerdo con el momento histórico en el que se publican y recogen estas composiciones, los estudios literarios hispánicos han optado por dividir este género en dos: el romancero viejo y el romancero de tradición oral moderna, o también conocido como el romancero nuevo. Aunque existen diferencias notables entre los textos romancescos de ambas recolecciones, las semejanzas en cuanto a su estilo y la repetición de ciertos temas y motivos han permitido asegurar que se trata de un mismo género; simplemente el paso del tiempo y su fuerte carácter oral de transmisión han hecho que muchos de los romances sufran contaminaciones y modificaciones de acuerdo a la época en la que se han recogido.
El mester de clerecía es la literatura medieval compuesta por clérigos, es decir, hombres instruidos y no necesariamente sacerdotes (podían ser nobles, como Pedro López de Ayala, judíos, como Sem Tob, o musulmanes, como el anónimo autor del Poema de Yusuf) que poseían unos conocimientos superiores a los del trivium o triviales, la enseñanza elemental de la época..
Mester viene del latín ministerium (oficio); la Edad Media, rigurosamente jerarquizada en tres estamentos o estados, la plebe, la nobleza y el clero, se vio representada en el ámbito literario por tres mesteres que emanaban de esos sectores de la sociedad, laboratores o trabajadores siervos y vasallos del señor, oratores o clérigos y defensores o militares.
El Libro de buen amor (1330 y 1343), también llamado libro del Arcipreste o libro de los cantares, ya que los manuscritos existentes no facilitan un título, es una obra del mester de clerecía del siglo XIV. Es una composición extensa, compuesta por más de 1700 estrofas de carácter variado, cuyo hilo conductor lo constituye el relato de la autobiografía ficticia del autor (Juan Ruiz, Arcipreste de Hita). Está considerada una de las cumbres literarias españolas de cualquier tiempo, y no solo de la Edad Media.
El libro contiene una colección heterogénea de diversos materiales unidos en torno a una pretendida narración autobiográfica de asuntos amorosos del propio autor, quien es representado en una parte del libro por el episódico personaje de don Melón de la Huerta. En él aparecen representadas a través de sus amantes todas las capas de la sociedad bajomedieval española.
En el transcurso del argumento principal, se intercalan fábulas y apólogos que constituyen una colección de exempla. Asimismo se pueden hallar alegorías, moralidades, sermones, y cantigas de ciegos y de escolares de tipo goliardesco. También se recogen composiciones líricas profanas (serranillas, muchas veces paródicas, derivadas de las pastorelas) al lado de otras religiosas, como himnos y gozos a la Virgen o a Cristo.
En la literatura medieval española, la prosa se inició con la historiografía de anales y crónicas; posteriormente apareció el género didáctico o moralizante, y finalmente surge la ficción a mediados del siglo XIII con traducciones de recopilaciones de exempla, como el Calila e Dimna y el Libro de los engaños e los asayamientos de las mugeres, cuyos orígenes están en la cuentística oriental hindú, persa y árabe.
En la época del rey Alfonso X el Sabio, la prosa narrativa evolucionó, beneficiándose del prestigio de las crónicas históricas, y se iniciará una prosa sapiencial de tipo científico, que pretendía compilar todo el saber medieval. De fines del siglo XIII data la Gran conquista de Ultramar y a comienzos del XIV se escribió el relato caballeresco del Zifar. Más adelante nació el género de las crónicas reales, cuyo exponente más destacado es la Crónica de Alfonso XI.
Parte de la crítica considera que La Celestina es la última novela de la prosa de la Edad Media, aunque se trata de una obra de transición a la literatura del Renacimiento y está concebida en el marco del género dramático.
En nuestro país, la situación y el desarrollo de aquel teatro es bastante diferente a la descrita. Mientras que el Este peninsular conoció una dramaturgia idéntica la europea, no ocurrió lo mismo en otras zonas de la Península. Así, Castilla presenta una gran carencia de textos dramáticos hasta el siglo XV y parece que en el oeste peninsular apenas fue conocido el drama litúrgico en latín.
Lo que hubo de prosperar, en cambío, serían adaptaciones en lengua vulgar introducidas por la clerecía francesa cluniacense, así como determinadas formas dramáticas vernáculas creadas sobre el ceremonial litúrgico o las lecciones evangélicas, como se desprende del célebre pasaje de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, en el que se precisan las representaciones que pueden hacer los clérigos:
(...) así como de la nascencia de Nuestro Señor Jesu Christo, en que muestra cómo el ángel vino a los pastores (...), e otrosí de su aparición, cómo los tres Reyes Magos le vinieron adorar; e de su Resurrección, que muestra que fue crucificado e resucitado al tercer día.
El primer texto castellano conservado es el Auto de los Reyes Magos, breve fragmento de 147 versos polimétricos escrito a fines del siglo XII. No es una pieza original, sino que traduce o adapta un Ordo stellae francés con elementos tomados de los evangelios apócrifos y del Évangile de l´Enfance.
Como ya se ha dicho, no será hasta el siglo XV que tengamos más datos sobre la dramaturgia castellana. En esa centuria Toledo fue un vigoroso foco teatral y allí se documenta, además de numerosas representaciones para el Corpus desde fines de siglo, un Auto de la Pasión, escrito y adaptado por Alonso del Campo, capellán de coro de la catedral desde 1486. Otras muestras de ese teatro sacro son la Representaçión del Nasçimiento de Nuestro Señor, compuesto por Gómez Manrique para el monasterio de Calabanzos y el anónimo Auto de la huida a Egipto, escrito para el convento de Santa María de la Bretonera, en Burgos.
Esta dramaturgia sagrada pasó a las cortes señoriales (como la de del condestable don Miguel Lucas de Iranzo o la de la de los duques de Alba), en las que también se desarrollaron espectáculos más o menos teatrales de carácter profano: momos, diversas mascaradas -a las que aluden con frecuencia las crónicas- y posiblemente algunos debates como el Diálogo entre el Amor y un viejo de Rodrigo Cota o el Diálogo entre el Amor, el viejo y la hermosa.
Con todo, no será hasta la obra de Juan del Encina y Lucas Fernández que el teatro medieval castellano consiga su pleno desarrollo.
Texto
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Pueden utilizarse y redistribuirse libremente siempre que se reconozca su procedencia.
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Se entiende por literatura medieval española a las manifestaciones de obras literarias escritas en castellano medieval entre, aproximadamente, comienzos del siglo XIII y finales del siglo XV. Las obras de referencia para esas fechas son, por un lado, el Cantar de mio Cid, cuyo manuscrito más antiguo sería de 1207, y La Celestina, de 1499, obra de transición hacia el Renacimiento.
Dado que, como demuestran las glosas utilizadas en Castilla para explicar o aclarar términos latinos, hacia finales del siglo X el latín hablado se había distanciado enormemente de sus orígenes (empezando a dar paso a las distintas lenguas romances peninsulares), hay que sobreentender que la literatura oral estaría siendo producida en castellano desde bastante antes que la literatura escrita.
Así lo demuestra, por otro lado, el hecho de que distintos autores de entre mediados del siglo XI y fines del XI romance, lo que se conoce con el nombre de jarchas.
Durante la Edad Media existió en la Península ibérica una amplia y variada tradición de canciones líricas populares. Eran cantadas por la población humilde, predominantemente rural, durante el trabajo y en las fiestas y veladas. Muchas de ellas se pusieron por escrito tardíamente, desde fines del siglo XV. Antes de esa fecha, son pocas las muestras que se conservan de aquella tradición poética.
Las jarchas
Las jarchas son de las apariciones líricas más tempranas. Se encuentran en ciertos poemas de los siglos XI y XII escritos en árabe clásico y también en hebreo, llamados muwashahas (o moaxajas). Estos poemas solían rematarse con una estrofita, cuyo nombre técnico era jarcha, compuesta en árabe vulgar o en el dialecto románico que hablaban los cristianos de Al-Andalus, el mozárabe, salpicado, por cierto, de arabismos. Es probable que las jarchas mozárabes que se conservan y que, a partir de 1948, han logrado descifrarse fueran citas, ya textuales, ya modificadas, de cantares populares propios de la población hispánica.
Las canciones galaico-portuguesas
Las jarchas mozárabes revelan la existencia en la Península ibérica de canciones de amor femeninas, emparentadas con otras que en los siglos XIII y XIV aparecerán citadas e imitadas en los refrains franceses y, sobre todo, en las estilizadas cantigas d'amigo de ciertos trovadores gallegoportugueses, quienes parecen haberse inspirado, precisamente, en canciones de danza femeninas de origen popular.
Los villancicos
A partir de fines del siglo XV, una moda que cundió en los ambientes cortesanos de España llevó a la utilización de villancicos (cantarcillos rústicos castellanos) como “materia prima” de composiciones musicales polifónicas y de poesías líricas cultas. Gracias a esta moda, conocemos más de dos mil cantarcillos que cantaban, recitaban y bailaban los campesinos y los pastores. Si no todos son auténticos, muchos deben de ser imitaciones y recreaciones, ciertamente nos presentan una imagen de cómo era esa lírica popular, tan diferente en sus temas, técnicas y estilo de la lírica culta contemporánea.
Se trata de cantares brevísimos, compuestos de apenas dos, tres o cuatro versos, que solían desarrollarse en una glosa, también popular, compuesta de una o más estrofas. La mayoría de las fuentes registran sólo el cantarcillo inicial (generalmente, seguido de una glosa no popular).
En contra de lo que pudiera parecer, la temática es bastante variada, si bien es cierto que hay un claro predominio del amoroso.
Otros motivos son:
Un poema épico, o, entre nosotros, un cantar de gesta, es un poema narrativo de tipo tradicional en el que se narran las hazañas legendarias de un héroe nacional.
Frente a la lírica, de carácter individual, y a la épica culta (pienso, por ejemplo en el Libro de Alexandre) , la poesía épica popular sintetiza el espíritu de la colectividad de un pueblo, que afirma su conciencia política en estos signos culturales.
Cantar de gesta es el nombre dado a la epopeya escrita en la Edad Media o a una manifestación literaria extensa perteneciente a la épica que narra las hazañas de un héroe que representa las virtudes que un pueblo o colectividad consideraban modélicas durante el medievo.
El texto consta de 3730 versos, aunque faltan uno o dos folios del principio y otros tantos en el interior, que se han podido reconstruir gracias a la Crónica de los veinte reyes.
En el explicit se lee que Per Abbat le escribió en el mes de mayo. En era de mill CC XLV. La era es la del César, que se inicia en el 38 a.C., de modo que se fecha en 1207 de la era cristiana. Era normal que los copistas dieran su nombre, como hace Per Abbat, de modo que su copia dataría de mediados del XIV, fecha del pergamino. Sin embargo son muchas las dudas que presenta tanto su datación como su autoría.
Menéndez Pidal
Estima que el hueco que hay en la fecha, En era de mill CC XLV, se debe a que falta una C porque los números romanos no se escribían separados. De modo que la copia de Per Abbat sería de 1307. En cuanto al autor, apunta que fue escrito hacia 1140 por un vecino de Medinaceli tras la muerte del Cid en el 1099. Sin embargo rectifica esta primera hipótesis en favor de una autoría compartida:
Nicasio Salvador
Considera que el autor es un clérigo que recoge la tradición oral de muchos autores (un juglar no conocería tantos datos eruditos) y que se compuso a finales del XII, pues antes aún vivirían los Infantes de Carrión y nadie se hubiera atrevido a ofenderlos.
Colin Smith
Está de acuerdo con Salvador en que un juglar no conocería tantos datos eruditos, pero también afirma que un clérigo no confundiría al abad de Cardeña, Sisebuto, con el abad Sancho. Este investigador piensa que el autor es Per Abbat, un jurista, por la importancia que se le da a las cortes en detrimento del duelo; y que los datos históricos provienen de las crónicas, por lo que el poema se compuso en 1207.
Alberto Montaner
Concluye en su edición del año 2000 que
El Poema se divide en tres partes o cantares : cantar del Destierro, Cantar de las bodas y Cantar de la afrenta de Corpes
Cantar del Destierro (vv. 1–1.086)
El poema se inicia con el destierro del Cid, primer motivo de deshonra, tras haber sido acusado de robo. Este deshonor supone también el ser desposeído de sus heredades o posesiones en Vivar y privado de la patria potestad de su familia.
El Cid sale de Vivar y llega a Burgos, donde nadie se atreve a darle asilo por temor a las represalias del rey. Allí se aprovecha de la avaricia de unos judíos. Seguidamente se dirige al monasterio de San Pedro de Cardeña para despedirse de su esposa, doña Jimena, y de sus dos hijas, a las que deja confiadas al abad de dicho monasterio. Entra luego en tierra de moros, a los que vence en varias ocasiones, recogiendo un rico botín del que envía parte al rey. Continúa sus correrías y derrota y prende al conde Barcelona, liberándole poco después.
Cantar de las Bodas (vv. 1.087–2.277)
Refiere fundamentalmente la conquista de Valencia. El Cid vence al rey moro de Sevilla y envía un nuevo presente al rey Alfonso VI, lo que permite el reencuentro del Cid con su familia. Poco después la ciudad es sitiada por el rey de Marruecos; el Cid le derrota y envía un tercer presente al rey Alfonso. Los infantes de Carrión solicitan al monarca de Castilla las hijas del Cid en matrimonio, quien interviene para lograr el consentimiento del padre y lo perdona solemnemente. Con los preparativos de la boda termina el segundo cantar.
Cantar de la afrenta de Corpes (vv. 2.278–3.730)
Los infantes de Carrión quedan en ridículo ante los cortesanos del Cid por su cobardía en el campo de batalla y por el pánico que demuestran a la vista de un león escapado. Deciden entonces vengar las burlas de que han sido objeto. Para ello parten de Valencia con sus mujeres y, al llegar al robledal de Corpes, las abandonan, después de azotarlas. El Cid pide justicia al rey. Convocadas las cortes en Toledo, los guerreros del Campeador desafían y vencen a los infantes, que son declarados traidores. El Poema termina con las nuevas bodas de las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol, con los infantes de Navarra y Aragón.
Edmund de Chasca describe la trama como una serie de dientes de sierra en la que a cada caída de la honra del protagonista (el destierro y la afrenta de Corpes), sigue una exaltación aún mayor (perdón del rey y bodas reparatorias).
Rodrigo Díaz de Vivar
Se retrata como un personaje muy humano, pues se recalca su condición de padre y esposo. Se le atribuye una serie de características que lo marcan como héroe: es fiel (buen vasallo); es mesurado, no pasional; tiene sapientia, que no es sinónimo de cultura, sino de saber obrar con sentido común y según se espera de él; posee fortitudo (valentía) y es, después de vencedor, ponderado con el enemigo.
La familia
Juega un papel secundario y es pertinente para resaltar al buen padre y al buen esposo. Doña Jimena, Doña Elvira y Doña Sol cumplen el tópico medieval de mujeres sumisas, al servicio del héroe y sin personalidad. Tiene dos hijas: Sol y Elvira.
Los vasallos del Cid
Lo que sí es cierto es que todos son dignos de su señor porque la bondad del señorío, según el tópico medieval, es comunicable.
Minaya Alvar Fañez; Martin Antolinez; Pedro Bermudez; Muño Gustioz; Martin Muñoz; Alvar Salvadorez; Alvar Alvarez; Galindo Garcia; Felix Muñoz.
Los cristianos-enemigos
Son García Ordóñez y los Infantes de Carrión. Pertenecen a la alta nobleza e invierten todas las cualidades del Cid.
El rey
Alfonso VI está por encima de todos: nunca es criticado y representa la ira regia.
Los árabes
Aparecen como dignos enemigos y en algunas ocasiones como aliados.
El poema, tal y como se nos ha conservado, se compone de 3733 versos anisosilábicos (la medida oscila entre las 10 y las 20 sílabas) con rima asonante. Están divididos en hemistiquios de entre cuatro y trece sílabas (aunque predominan los de siete).
Los versos se agrupan en tiradas épicas de extensión variable, que pueden unirse mediante versos de encadenamiento (se inicia una tirada con el mismo verso que acabó la anterior).
Son los propios de oralidad épica:
Se denomina Romancero Viejo al conjunto de romances recogidos y publicados durante el siglo XV, XVI y parte del XVII. El romance tradicional fue una manifestación amplia de la poesía folclórica hispánica en respuesta a la llamada balada europea. De acuerdo con el momento histórico en el que se publican y recogen estas composiciones, los estudios literarios hispánicos han optado por dividir este género en dos: el romancero viejo y el romancero de tradición oral moderna, o también conocido como el romancero nuevo. Aunque existen diferencias notables entre los textos romancescos de ambas recolecciones, las semejanzas en cuanto a su estilo y la repetición de ciertos temas y motivos han permitido asegurar que se trata de un mismo género; simplemente el paso del tiempo y su fuerte carácter oral de transmisión han hecho que muchos de los romances sufran contaminaciones y modificaciones de acuerdo a la época en la que se han recogido.
El mester de clerecía es la literatura medieval compuesta por clérigos, es decir, hombres instruidos y no necesariamente sacerdotes (podían ser nobles, como Pedro López de Ayala, judíos, como Sem Tob, o musulmanes, como el anónimo autor del Poema de Yusuf) que poseían unos conocimientos superiores a los del trivium o triviales, la enseñanza elemental de la época..
Mester viene del latín ministerium (oficio); la Edad Media, rigurosamente jerarquizada en tres estamentos o estados, la plebe, la nobleza y el clero, se vio representada en el ámbito literario por tres mesteres que emanaban de esos sectores de la sociedad, laboratores o trabajadores siervos y vasallos del señor, oratores o clérigos y defensores o militares.
El Libro de buen amor (1330 y 1343), también llamado libro del Arcipreste o libro de los cantares, ya que los manuscritos existentes no facilitan un título, es una obra del mester de clerecía del siglo XIV. Es una composición extensa, compuesta por más de 1700 estrofas de carácter variado, cuyo hilo conductor lo constituye el relato de la autobiografía ficticia del autor (Juan Ruiz, Arcipreste de Hita). Está considerada una de las cumbres literarias españolas de cualquier tiempo, y no solo de la Edad Media.
El libro contiene una colección heterogénea de diversos materiales unidos en torno a una pretendida narración autobiográfica de asuntos amorosos del propio autor, quien es representado en una parte del libro por el episódico personaje de don Melón de la Huerta. En él aparecen representadas a través de sus amantes todas las capas de la sociedad bajomedieval española.
En el transcurso del argumento principal, se intercalan fábulas y apólogos que constituyen una colección de exempla. Asimismo se pueden hallar alegorías, moralidades, sermones, y cantigas de ciegos y de escolares de tipo goliardesco. También se recogen composiciones líricas profanas (serranillas, muchas veces paródicas, derivadas de las pastorelas) al lado de otras religiosas, como himnos y gozos a la Virgen o a Cristo.
En la literatura medieval española, la prosa se inició con la historiografía de anales y crónicas; posteriormente apareció el género didáctico o moralizante, y finalmente surge la ficción a mediados del siglo XIII con traducciones de recopilaciones de exempla, como el Calila e Dimna y el Libro de los engaños e los asayamientos de las mugeres, cuyos orígenes están en la cuentística oriental hindú, persa y árabe.
En la época del rey Alfonso X el Sabio, la prosa narrativa evolucionó, beneficiándose del prestigio de las crónicas históricas, y se iniciará una prosa sapiencial de tipo científico, que pretendía compilar todo el saber medieval. De fines del siglo XIII data la Gran conquista de Ultramar y a comienzos del XIV se escribió el relato caballeresco del Zifar. Más adelante nació el género de las crónicas reales, cuyo exponente más destacado es la Crónica de Alfonso XI.
Parte de la crítica considera que La Celestina es la última novela de la prosa de la Edad Media, aunque se trata de una obra de transición a la literatura del Renacimiento y está concebida en el marco del género dramático.
En nuestro país, la situación y el desarrollo de aquel teatro es bastante diferente a la descrita. Mientras que el Este peninsular conoció una dramaturgia idéntica la europea, no ocurrió lo mismo en otras zonas de la Península. Así, Castilla presenta una gran carencia de textos dramáticos hasta el siglo XV y parece que en el oeste peninsular apenas fue conocido el drama litúrgico en latín.
Lo que hubo de prosperar, en cambío, serían adaptaciones en lengua vulgar introducidas por la clerecía francesa cluniacense, así como determinadas formas dramáticas vernáculas creadas sobre el ceremonial litúrgico o las lecciones evangélicas, como se desprende del célebre pasaje de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, en el que se precisan las representaciones que pueden hacer los clérigos:
(...) así como de la nascencia de Nuestro Señor Jesu Christo, en que muestra cómo el ángel vino a los pastores (...), e otrosí de su aparición, cómo los tres Reyes Magos le vinieron adorar; e de su Resurrección, que muestra que fue crucificado e resucitado al tercer día.
El primer texto castellano conservado es el Auto de los Reyes Magos, breve fragmento de 147 versos polimétricos escrito a fines del siglo XII. No es una pieza original, sino que traduce o adapta un Ordo stellae francés con elementos tomados de los evangelios apócrifos y del Évangile de l´Enfance.
Como ya se ha dicho, no será hasta el siglo XV que tengamos más datos sobre la dramaturgia castellana. En esa centuria Toledo fue un vigoroso foco teatral y allí se documenta, además de numerosas representaciones para el Corpus desde fines de siglo, un Auto de la Pasión, escrito y adaptado por Alonso del Campo, capellán de coro de la catedral desde 1486. Otras muestras de ese teatro sacro son la Representaçión del Nasçimiento de Nuestro Señor, compuesto por Gómez Manrique para el monasterio de Calabanzos y el anónimo Auto de la huida a Egipto, escrito para el convento de Santa María de la Bretonera, en Burgos.
Esta dramaturgia sagrada pasó a las cortes señoriales (como la de del condestable don Miguel Lucas de Iranzo o la de la de los duques de Alba), en las que también se desarrollaron espectáculos más o menos teatrales de carácter profano: momos, diversas mascaradas -a las que aluden con frecuencia las crónicas- y posiblemente algunos debates como el Diálogo entre el Amor y un viejo de Rodrigo Cota o el Diálogo entre el Amor, el viejo y la hermosa.
Con todo, no será hasta la obra de Juan del Encina y Lucas Fernández que el teatro medieval castellano consiga su pleno desarrollo.
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