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La crisis del Antiguo Régimen en España se inició en el reinado de Carlos IV (1788-1808) que supuso el fin de la etapa reformista de la Ilustración. Las causas de la crisis se debieron a los graves problemas de la hacienda real que llevaron a la quiebra de la monarquía absoluta, así como a la difusión de las nuevas ideas ilustradas y al ascenso de la burguesía, deseosa de alcanzar el poder político y realizar reformas para acabar con los obstáculos que impedían el crecimiento económico en el Antiguo Régimen.
Carlos IV mantuvo el equipo político de su padre Carlos III, pero se encontró a poco de subir al trono con el estallido de la Revolución Francesa (1789). El miedo a la difusión de las ideas revolucionarias llevó al gobierno de Floridablanca a cerrar las fronteras, congelar las reformas ilustradas y realizar una campaña de censura de la propaganda revolucionaria. El conde de Aranda, su sucesor, adoptó una postura más moderada. En 1792 Carlos confió el poder a Manuel Godoy, un joven militar plebeyo favorito de la reina Mª Luisa. La alta nobleza y la Iglesia lo odiaban por sus reformas (desamortización eclesiástica, con la que pretendía resolver los problemas hacendísticos, y control de la Inquisición) y también los sectores ilustrados porque se vieron sustituidos en el favor real.
Godoy, acabando con la neutralidad de Aranda, declaró la guerra a Francia en 1793 cuando Luis XVI fue guillotinado, y se alió con Inglaterra. Tras la derrota española y la paz de Basilea (1795) se reinició la amistad tradicional con Francia. Godoy firmó en 1796 con Napoleón el Tratado de San Ildefonso por el que España se vio envuelta en la guerra contra Inglaterra. El almirante Nelson destrozó en Trafalgar (1805) a la escuadra franco-española, lo que supuso el hundimiento del poderío naval español.
Un nuevo tratado con la Francia napoleónica se firmó en octubre de 1807: el Tratado de Fontainebleau por el que se autorizaba el paso de tropas francesas por España con el pretexto de invadir Portugal, país aliado de los británicos que se había negado al bloqueo continental contra Inglaterra. El objetivo era el reparto de Portugal (la del sur sería para Godoy). Fue la excusa para la invasión francesa de la Península.
El ejército francés al mando del mariscal Murat entró en España en 1808 y ocupó diversas ciudades estratégicas. Asustado, Godoy preparó el viaje de la familia real a Andalucía para embarcar a América en caso de peligro y la trasladó a Aranjuez. Las guerras y tratados con los franceses desataron la ira popular, manifestada en el Motín de Aranjuez (18 de marzo de 1808), instigado por la camarilla de nobles y clérigos absolutistas que rodeaban al príncipe heredero Fernando; el motín provocó la caída del valido y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII.
Estos sucesos mostraban la crisis del Antiguo Régimen y la descomposición política de la monarquía borbónica; Napoleón, árbitro de la situación, decidió hacer de España un estado satélite de Francia. Carlos IV pidió ayuda al emperador francés, quién con engaños le atrajo a él y a Fernando VII a Bayona, donde obligó a ambos a abdicar en su persona, y nombró rey de España a su hermano José Bonaparte —abdicaciones de Bayona, abril de 1808—.
José I convocó una asamblea de notables españoles, que firmaron el Estatuto de Bayona (julio de 1808), una carta otorgada de reformismo moderado, que establecía un régimen con soberanía real y Cortes estamentales, con algunos derechos individuales y libertades económicas, que no se puso en práctica por la guerra. La Junta de Gobierno que Fernando VII había dejado en Madrid estaba indecisa, ya que tenía instrucciones de colaborar con los franceses.
El 2 de mayo de 1808 se produjo el levantamiento espontáneo del pueblo de Madrid contra el invasor, molesto por los abusos de las tropas francesas. El motivo inmediato fue impedir la salida del Palacio de Oriente del resto de la familia real para ir a Bayona. Oficiales de artillería (Daoiz, Velarde y Ruiz), dieron armas a la gente. Murat reprimió el levantamiento con gran dureza. En los días siguientes, se extendió la insurrección por toda España, al unirse espontáneamente a la rebelión muchas ciudades y provincias.
Ante el vacío de poder creado por la ausencia de Fernando VII y la colaboración del Gobierno con los invasores, se formaron las Juntas de Defensa, organismos revolucionarios que surgieron espontáneamente y asumieron la soberanía para defender la independencia frente a los franceses. Primero fueron locales y luego provinciales (13), coordinadas por la Junta Central Suprema, establecida en Aranjuez y presidida por Floridablanca, que asumió la tarea de dirigir la guerra y gobernar el país en las zonas no ocupadas. Se trasladó más tarde a Sevilla siendo sustituida en 1810 por una Regencia que se estableció en Cádiz.
La Guerra de la Independencia fue una guerra popular y de liberación nacional contra la dominación francesa. Es un fenómeno muy complejo. Fue un conflicto internacional, iniciado en 1792 en que participarán Inglaterra, Portugal y España contra Francia. La intervención del ejército inglés, dirigido por el duque de Wellington, fue decisiva. También fue una guerra civil. Ante la invasión francesa se observan dos actitudes de los españoles:
La Guerra de la Independencia fue un desastre terrible para España. Además de miles de muertos —más de 300.000— y heridos, las destrucciones fueron enormes y causaron hambre, epidemias, la ruina de la agricultura y la ganadería, la paralización del comercio y de la incipiente industria y el aumento de la enorme Deuda estatal. España quedó arrasada.
Las Cortes de Cádiz se reunieron en plena Guerra de la Independencia, dando comienzo con su obra a la Revolución liberal burguesa en España aprovechando el vacío de poder. Se propusieron crear un marco legal que permitiera pasar de una sociedad estamental a una liberal y acabar con el Antiguo Régimen.
La Constitución de Cádiz es fundamental en la historia de España. Es la primera - la Constitución de Bayona de 1808 es una Carta Otorgada-. Se inspira en la Constitución francesa de 1791 pero es más avanzada y progresista que ella, ya que acepta el sufragio universal y una amplia garantía de derechos.
La guerra de la Independencia no permitió llevar a la práctica lo legislado por las Cortes. Además la mayoría de la sociedad española quedó al margen: eran campesinos, monárquicos absolutistas por estar muy influidos por el clero y la nobleza. Fernando VII anuló la Constitución y la obra de las Cortes de Cádiz en marzo de 1814.
Sin embargo, la Pepa fue una referencia clave para el liberalismo posterior. Además, su influjo fue decisivo en otras constituciones de América del Sur y de Europa, como las de Italia y Portugal.
Fernando VII recobró la corona por el Tratado de Valençay (1813) y regresó a España en marzo de 1814. En Valencia, 69 diputados absolutistas le entregaron el Manifiesto de los Persas, solicitándole la anulación de todo lo aprobado en Cádiz y la vuelta al absolutismo.
El monarca, animado por el apoyo del ejército y el entusiasmo con que fue acogido por el pueblo, que le llamaba El Deseado, publicó el Decreto del 4 de Mayo por el que suprimió de un plumazo la obra de las Cortes de Cádiz y retornó al Antiguo Régimen: restablecimiento del régimen señorial, de las instituciones antiguas, de la Inquisición, de la censura, etc. La iglesia y la nobleza recuperaron su papel privilegiado. Los liberales sufrieron una dura represión, muchos fueron detenidos o asesinados y otros marcharon al exilio por primera vez.
La situación internacional era favorable para la vuelta al Antiguo Régimen. Las potencias vencedoras de Napoleón organizaron en el Congreso de Viena un nuevo mapa europeo restableciendo el absolutismo, y creando la Santa Alianza para su defensa. España fue una potencia secundaria en Viena.
Fernando VII se rodeó de una nefasta camarilla. La situación económica tras la guerra era desastrosa- deuda pública enorme y depresión económica generalizada- y los ingresos procedentes de las colonias escaseaban tras los primeros levantamientos independentistas. La oposición de los privilegiados a pagar impuestos hizo fracasar un intento de reforma de la Hacienda. La incapacidad del gobierno para atajar estos problemas sin acabar con la vieja estructura social generó la quiebra de la monarquía absoluta.
Los liberales, dada su débil base social, sólo contaban con el apoyo de militares jóvenes descontentos para organizar conspiraciones y pronunciamiento|pronunciamientos —golpes de estado militares— desde las sociedades secretas que habían formado en la clandestinidad. Estos pronunciamientos fracasaron (Espoz y Mina en Pamplona, Porlier en La Coruña y Lacy en Barcelona), hasta que el 1 de enero de 1820 el coronel Rafael de Riego logró sublevar en Cabezas de San Juan (Sevilla) a las tropas concentradas para embarcar hacia América.
Se inició una segunda etapa del reinado de Fernando VII quién se vio obligado a jurar la Constitución de 1812. Tras una amnistía los liberales regresaron del exilio. Las Cortes continuaron la revolución burguesa iniciada en Cádiz para acabar con el feudalismo rural y liberalizar comercio e industria: supresión de los mayorazgos y de los señoríos, reforma fiscal, desamortizaciones, supresión de la Inquisición, libertad de imprenta. Instauraron la Milicia Nacional, un cuerpo de voluntarios armados en cada provincia para defender las reformas constitucionales.
El monarca, poco dispuesto a «marchar por la senda constitucional», vetó todas las leyes que pudo. En Cataluña, Navarra, Galicia surgieron partidas realistas de voluntarios, con apoyo de la Iglesia; en 1823 formaron una regencia absolutista en la Seo de Urgel. Esta revuelta de los campesinos se explica porque con las medidas liberales su situación empeoró ya que no hubo ni reparto de tierras ni rebaja de impuestos.
Los liberales se dividieron en dos tendencias: moderados (antiguos doceañistas) partidarios de hacer las reformas sin enfrentarse ni al rey ni a la nobleza, y exaltados que querían acelerarlas. La situación era muy agitada y tensa. Los moderados gobernaron hasta 1822 y luego los exaltados.
El rey mantuvo una actitud conspiradora y pidió ayuda a la Santa Alianza, que en el Congreso de Verona decidió intervenir enviando a los Cien Mil Hijos de San Luis, un ejército francés al mando del duque de Angulema, que no encontró apenas resistencia. Las Cortes fueron vencidas en Cádiz y se repuso a Fernando VII como monarca absoluto. El ejército francés de ocupación permaneció cinco años en el país.
Esta tercera etapa absolutista se abre con una feroz represión del liberalismo, llevada a cabo por las Juntas de Fe y la policía. El rey declaró nulos todos los actos del gobierno liberal del trienio. La Administración y el ejército fueron depurados. La Inquisición sin embargo no fue repuesta. Los liberales se exiliaron a Gran Bretaña y Francia, desde dónde siguieron intentando pronunciamientos, como el de Torrijos en 1831, pero fracasaron.
La pérdida definitiva de las colonias en 1824 agravó la difícil situación de Hacienda. Para resolverla el ministro López Ballesteros inició tímidas reformas administrativas y económicas (Código de Comercio, creación del presupuesto del Estado, Banco de Fomento, Bolsa de Madrid,) para atraerse a la burguesía financiera e industrial. Esto enfrentó al rey con los más reaccionarios de la Corte, nobleza y clero, cuyo descontento llevó a revueltas absolutistas como la de los Malcontents en Cataluña (realistas puros o ultras que deseaban el retorno de los fueros tradicionales).
A partir de 1826 el movimiento ultrarrealista se identifica con la figura de D. Carlos Mª Isidro, hermano del rey y supuesto sucesor, hasta el nacimiento en 1830 de su hija, Isabel. Fernando VII promulgó la Pragmática Sanción, en 1832, que derogaba la Ley Sálica que impedía reinar a las mujeres. Se formaron dos bandos en la Corte: los carlistas, absolutistas reaccionarios y los isabelinos, liberales moderados. La reina Mª Cristina, regente durante la enfermedad de Fernando, buscó el apoyo de éstos para salvar la corona de su hija y autorizó el regreso de 10.000 exiliados. El carlismo no tenía más posibilidad que la rebelión para acceder al poder. A la muerte del rey en 1833 comenzaron las guerras carlistas.
Se puede dividir en dos etapas, definidas no sólo por los hechos que se desarrollan en las colonias sino por los acontecimientos que tienen lugar en la metrópoli.
Primera etapa (1808 – 1815)
La causa desencadenante fue el vacío de poder creado por la invasión de los franceses de la Península Ibérica en 1808, lo que originó la Guerra de la Independencia. En América, tras las abdicaciones de Bayona, los criollos se negaron a reconocer al rey intruso José Bonaparte y formaron Juntas que, a imitación de las españolas, tomaron localmente el poder y manifestaron su adhesión al rey Fernando VII. Pero cuando la Junta Suprema Central en 1810 traspasó sus poderes al Consejo de Regencia, muchos territorios americanos se sintieron desligados de España y las Juntas se declararon autónomas. En las Juntas se percibían dos posturas:
Los principales focos revolucionarios fueron:
El virreinato de Río de la Plata, donde en 1810 el cabildo de Buenos Aires formó una Junta que proclamó soberana y adoptó una serie de símbolos patrios. También en Chile triunfó el movimiento y se exportó la revolución a otros territorios. En 1811 Paraguay se hará independiente y en 1813 Uruguay.
Segunda etapa (1816-24)
En esta fase la mayoría de las colonias obtendrá su independencia. Grandes libertadores, como Simón Bolívar y el general San Martín, guiarán a los ejércitos coloniales, apoyados por Inglaterra y EEUU.
En 1816 se producirá la declaración de independencia de Argentina. En 1817 el general José de San Martín organizó un ejército con el que cruzó los Andes y derrotó a los realistas en Chacabuco (1817) y Maipú (1818) que dieron la independencia a Chile. En 1820 avanzó hacia Perú.
En 1818 resurgió el independentismo venezolano con Simón Bolívar, quien se atrajo a las masas al abolir la trata de negros y prometer recompensas. Sus victorias en Boyacá (1819) y Carabobo (1821) y la de su lugarteniente Sucre en Pichincha (1822) le permitieron formar la Gran Colombia (Venezuela, Colombia y Ecuador) de la que Bolívar será presidente. Su sueño era crear unos Estados Unidos del Sur.
El pronunciamiento liberal de Riego en 1820 provocó un giro político en la Península (Trienio Liberal, 1820-23) y aceleró el proceso de independencia. San Martín se entrevistó en Guayaquil con Bolívar en 1822 y llegaron a un acuerdo San Martín desde el sur y Bolívar por el norte lograron vencer a los realistas de Perú. Ayacucho (1824) fue la última batalla de la independencia. Perú consiguió la independencia; en 1825 lo hizo el Alto Perú, rebautizado Bolivia en honor del general.
En México los decretos anticlericales de las Cortes en el Trienio Liberal crearon gran malestar entre la oligarquía criolla. En 1821 el general Agustín de Itúrbide publicó el Plan de Iguala, que garantizaba la independencia, la defensa de la religión católica y la unión de todos los mejicanos. Los propietarios y la Iglesia le apoyaron y México alcanzó la independencia Itúrbide se proclamó Emperador en 1822 (Agustín I). Las colonias de América Central se irán independizando desde 1821; la República de Centroamérica (1823) se separará luego en cinco repúblicas (Costa Rica, Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua).
España perdió todas sus colonias americanas, excepto Cuba y Puerto Rico.
Texto:
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La crisis del Antiguo Régimen en España se inició en el reinado de Carlos IV (1788-1808) que supuso el fin de la etapa reformista de la Ilustración. Las causas de la crisis se debieron a los graves problemas de la hacienda real que llevaron a la quiebra de la monarquía absoluta, así como a la difusión de las nuevas ideas ilustradas y al ascenso de la burguesía, deseosa de alcanzar el poder político y realizar reformas para acabar con los obstáculos que impedían el crecimiento económico en el Antiguo Régimen.
Carlos IV mantuvo el equipo político de su padre Carlos III, pero se encontró a poco de subir al trono con el estallido de la Revolución Francesa (1789). El miedo a la difusión de las ideas revolucionarias llevó al gobierno de Floridablanca a cerrar las fronteras, congelar las reformas ilustradas y realizar una campaña de censura de la propaganda revolucionaria. El conde de Aranda, su sucesor, adoptó una postura más moderada. En 1792 Carlos confió el poder a Manuel Godoy, un joven militar plebeyo favorito de la reina Mª Luisa. La alta nobleza y la Iglesia lo odiaban por sus reformas (desamortización eclesiástica, con la que pretendía resolver los problemas hacendísticos, y control de la Inquisición) y también los sectores ilustrados porque se vieron sustituidos en el favor real.
Godoy, acabando con la neutralidad de Aranda, declaró la guerra a Francia en 1793 cuando Luis XVI fue guillotinado, y se alió con Inglaterra. Tras la derrota española y la paz de Basilea (1795) se reinició la amistad tradicional con Francia. Godoy firmó en 1796 con Napoleón el Tratado de San Ildefonso por el que España se vio envuelta en la guerra contra Inglaterra. El almirante Nelson destrozó en Trafalgar (1805) a la escuadra franco-española, lo que supuso el hundimiento del poderío naval español.
Un nuevo tratado con la Francia napoleónica se firmó en octubre de 1807: el Tratado de Fontainebleau por el que se autorizaba el paso de tropas francesas por España con el pretexto de invadir Portugal, país aliado de los británicos que se había negado al bloqueo continental contra Inglaterra. El objetivo era el reparto de Portugal (la del sur sería para Godoy). Fue la excusa para la invasión francesa de la Península.
El ejército francés al mando del mariscal Murat entró en España en 1808 y ocupó diversas ciudades estratégicas. Asustado, Godoy preparó el viaje de la familia real a Andalucía para embarcar a América en caso de peligro y la trasladó a Aranjuez. Las guerras y tratados con los franceses desataron la ira popular, manifestada en el Motín de Aranjuez (18 de marzo de 1808), instigado por la camarilla de nobles y clérigos absolutistas que rodeaban al príncipe heredero Fernando; el motín provocó la caída del valido y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII.
Estos sucesos mostraban la crisis del Antiguo Régimen y la descomposición política de la monarquía borbónica; Napoleón, árbitro de la situación, decidió hacer de España un estado satélite de Francia. Carlos IV pidió ayuda al emperador francés, quién con engaños le atrajo a él y a Fernando VII a Bayona, donde obligó a ambos a abdicar en su persona, y nombró rey de España a su hermano José Bonaparte —abdicaciones de Bayona, abril de 1808—.
José I convocó una asamblea de notables españoles, que firmaron el Estatuto de Bayona (julio de 1808), una carta otorgada de reformismo moderado, que establecía un régimen con soberanía real y Cortes estamentales, con algunos derechos individuales y libertades económicas, que no se puso en práctica por la guerra. La Junta de Gobierno que Fernando VII había dejado en Madrid estaba indecisa, ya que tenía instrucciones de colaborar con los franceses.
El 2 de mayo de 1808 se produjo el levantamiento espontáneo del pueblo de Madrid contra el invasor, molesto por los abusos de las tropas francesas. El motivo inmediato fue impedir la salida del Palacio de Oriente del resto de la familia real para ir a Bayona. Oficiales de artillería (Daoiz, Velarde y Ruiz), dieron armas a la gente. Murat reprimió el levantamiento con gran dureza. En los días siguientes, se extendió la insurrección por toda España, al unirse espontáneamente a la rebelión muchas ciudades y provincias.
Ante el vacío de poder creado por la ausencia de Fernando VII y la colaboración del Gobierno con los invasores, se formaron las Juntas de Defensa, organismos revolucionarios que surgieron espontáneamente y asumieron la soberanía para defender la independencia frente a los franceses. Primero fueron locales y luego provinciales (13), coordinadas por la Junta Central Suprema, establecida en Aranjuez y presidida por Floridablanca, que asumió la tarea de dirigir la guerra y gobernar el país en las zonas no ocupadas. Se trasladó más tarde a Sevilla siendo sustituida en 1810 por una Regencia que se estableció en Cádiz.
La Guerra de la Independencia fue una guerra popular y de liberación nacional contra la dominación francesa. Es un fenómeno muy complejo. Fue un conflicto internacional, iniciado en 1792 en que participarán Inglaterra, Portugal y España contra Francia. La intervención del ejército inglés, dirigido por el duque de Wellington, fue decisiva. También fue una guerra civil. Ante la invasión francesa se observan dos actitudes de los españoles:
La Guerra de la Independencia fue un desastre terrible para España. Además de miles de muertos —más de 300.000— y heridos, las destrucciones fueron enormes y causaron hambre, epidemias, la ruina de la agricultura y la ganadería, la paralización del comercio y de la incipiente industria y el aumento de la enorme Deuda estatal. España quedó arrasada.
Las Cortes de Cádiz se reunieron en plena Guerra de la Independencia, dando comienzo con su obra a la Revolución liberal burguesa en España aprovechando el vacío de poder. Se propusieron crear un marco legal que permitiera pasar de una sociedad estamental a una liberal y acabar con el Antiguo Régimen.
La Constitución de Cádiz es fundamental en la historia de España. Es la primera - la Constitución de Bayona de 1808 es una Carta Otorgada-. Se inspira en la Constitución francesa de 1791 pero es más avanzada y progresista que ella, ya que acepta el sufragio universal y una amplia garantía de derechos.
La guerra de la Independencia no permitió llevar a la práctica lo legislado por las Cortes. Además la mayoría de la sociedad española quedó al margen: eran campesinos, monárquicos absolutistas por estar muy influidos por el clero y la nobleza. Fernando VII anuló la Constitución y la obra de las Cortes de Cádiz en marzo de 1814.
Sin embargo, la Pepa fue una referencia clave para el liberalismo posterior. Además, su influjo fue decisivo en otras constituciones de América del Sur y de Europa, como las de Italia y Portugal.
Fernando VII recobró la corona por el Tratado de Valençay (1813) y regresó a España en marzo de 1814. En Valencia, 69 diputados absolutistas le entregaron el Manifiesto de los Persas, solicitándole la anulación de todo lo aprobado en Cádiz y la vuelta al absolutismo.
El monarca, animado por el apoyo del ejército y el entusiasmo con que fue acogido por el pueblo, que le llamaba El Deseado, publicó el Decreto del 4 de Mayo por el que suprimió de un plumazo la obra de las Cortes de Cádiz y retornó al Antiguo Régimen: restablecimiento del régimen señorial, de las instituciones antiguas, de la Inquisición, de la censura, etc. La iglesia y la nobleza recuperaron su papel privilegiado. Los liberales sufrieron una dura represión, muchos fueron detenidos o asesinados y otros marcharon al exilio por primera vez.
La situación internacional era favorable para la vuelta al Antiguo Régimen. Las potencias vencedoras de Napoleón organizaron en el Congreso de Viena un nuevo mapa europeo restableciendo el absolutismo, y creando la Santa Alianza para su defensa. España fue una potencia secundaria en Viena.
Fernando VII se rodeó de una nefasta camarilla. La situación económica tras la guerra era desastrosa- deuda pública enorme y depresión económica generalizada- y los ingresos procedentes de las colonias escaseaban tras los primeros levantamientos independentistas. La oposición de los privilegiados a pagar impuestos hizo fracasar un intento de reforma de la Hacienda. La incapacidad del gobierno para atajar estos problemas sin acabar con la vieja estructura social generó la quiebra de la monarquía absoluta.
Los liberales, dada su débil base social, sólo contaban con el apoyo de militares jóvenes descontentos para organizar conspiraciones y pronunciamiento|pronunciamientos —golpes de estado militares— desde las sociedades secretas que habían formado en la clandestinidad. Estos pronunciamientos fracasaron (Espoz y Mina en Pamplona, Porlier en La Coruña y Lacy en Barcelona), hasta que el 1 de enero de 1820 el coronel Rafael de Riego logró sublevar en Cabezas de San Juan (Sevilla) a las tropas concentradas para embarcar hacia América.
Se inició una segunda etapa del reinado de Fernando VII quién se vio obligado a jurar la Constitución de 1812. Tras una amnistía los liberales regresaron del exilio. Las Cortes continuaron la revolución burguesa iniciada en Cádiz para acabar con el feudalismo rural y liberalizar comercio e industria: supresión de los mayorazgos y de los señoríos, reforma fiscal, desamortizaciones, supresión de la Inquisición, libertad de imprenta. Instauraron la Milicia Nacional, un cuerpo de voluntarios armados en cada provincia para defender las reformas constitucionales.
El monarca, poco dispuesto a «marchar por la senda constitucional», vetó todas las leyes que pudo. En Cataluña, Navarra, Galicia surgieron partidas realistas de voluntarios, con apoyo de la Iglesia; en 1823 formaron una regencia absolutista en la Seo de Urgel. Esta revuelta de los campesinos se explica porque con las medidas liberales su situación empeoró ya que no hubo ni reparto de tierras ni rebaja de impuestos.
Los liberales se dividieron en dos tendencias: moderados (antiguos doceañistas) partidarios de hacer las reformas sin enfrentarse ni al rey ni a la nobleza, y exaltados que querían acelerarlas. La situación era muy agitada y tensa. Los moderados gobernaron hasta 1822 y luego los exaltados.
El rey mantuvo una actitud conspiradora y pidió ayuda a la Santa Alianza, que en el Congreso de Verona decidió intervenir enviando a los Cien Mil Hijos de San Luis, un ejército francés al mando del duque de Angulema, que no encontró apenas resistencia. Las Cortes fueron vencidas en Cádiz y se repuso a Fernando VII como monarca absoluto. El ejército francés de ocupación permaneció cinco años en el país.
Esta tercera etapa absolutista se abre con una feroz represión del liberalismo, llevada a cabo por las Juntas de Fe y la policía. El rey declaró nulos todos los actos del gobierno liberal del trienio. La Administración y el ejército fueron depurados. La Inquisición sin embargo no fue repuesta. Los liberales se exiliaron a Gran Bretaña y Francia, desde dónde siguieron intentando pronunciamientos, como el de Torrijos en 1831, pero fracasaron.
La pérdida definitiva de las colonias en 1824 agravó la difícil situación de Hacienda. Para resolverla el ministro López Ballesteros inició tímidas reformas administrativas y económicas (Código de Comercio, creación del presupuesto del Estado, Banco de Fomento, Bolsa de Madrid,) para atraerse a la burguesía financiera e industrial. Esto enfrentó al rey con los más reaccionarios de la Corte, nobleza y clero, cuyo descontento llevó a revueltas absolutistas como la de los Malcontents en Cataluña (realistas puros o ultras que deseaban el retorno de los fueros tradicionales).
A partir de 1826 el movimiento ultrarrealista se identifica con la figura de D. Carlos Mª Isidro, hermano del rey y supuesto sucesor, hasta el nacimiento en 1830 de su hija, Isabel. Fernando VII promulgó la Pragmática Sanción, en 1832, que derogaba la Ley Sálica que impedía reinar a las mujeres. Se formaron dos bandos en la Corte: los carlistas, absolutistas reaccionarios y los isabelinos, liberales moderados. La reina Mª Cristina, regente durante la enfermedad de Fernando, buscó el apoyo de éstos para salvar la corona de su hija y autorizó el regreso de 10.000 exiliados. El carlismo no tenía más posibilidad que la rebelión para acceder al poder. A la muerte del rey en 1833 comenzaron las guerras carlistas.
Se puede dividir en dos etapas, definidas no sólo por los hechos que se desarrollan en las colonias sino por los acontecimientos que tienen lugar en la metrópoli.
Primera etapa (1808 – 1815)
La causa desencadenante fue el vacío de poder creado por la invasión de los franceses de la Península Ibérica en 1808, lo que originó la Guerra de la Independencia. En América, tras las abdicaciones de Bayona, los criollos se negaron a reconocer al rey intruso José Bonaparte y formaron Juntas que, a imitación de las españolas, tomaron localmente el poder y manifestaron su adhesión al rey Fernando VII. Pero cuando la Junta Suprema Central en 1810 traspasó sus poderes al Consejo de Regencia, muchos territorios americanos se sintieron desligados de España y las Juntas se declararon autónomas. En las Juntas se percibían dos posturas:
Los principales focos revolucionarios fueron:
El virreinato de Río de la Plata, donde en 1810 el cabildo de Buenos Aires formó una Junta que proclamó soberana y adoptó una serie de símbolos patrios. También en Chile triunfó el movimiento y se exportó la revolución a otros territorios. En 1811 Paraguay se hará independiente y en 1813 Uruguay.
Segunda etapa (1816-24)
En esta fase la mayoría de las colonias obtendrá su independencia. Grandes libertadores, como Simón Bolívar y el general San Martín, guiarán a los ejércitos coloniales, apoyados por Inglaterra y EEUU.
En 1816 se producirá la declaración de independencia de Argentina. En 1817 el general José de San Martín organizó un ejército con el que cruzó los Andes y derrotó a los realistas en Chacabuco (1817) y Maipú (1818) que dieron la independencia a Chile. En 1820 avanzó hacia Perú.
En 1818 resurgió el independentismo venezolano con Simón Bolívar, quien se atrajo a las masas al abolir la trata de negros y prometer recompensas. Sus victorias en Boyacá (1819) y Carabobo (1821) y la de su lugarteniente Sucre en Pichincha (1822) le permitieron formar la Gran Colombia (Venezuela, Colombia y Ecuador) de la que Bolívar será presidente. Su sueño era crear unos Estados Unidos del Sur.
El pronunciamiento liberal de Riego en 1820 provocó un giro político en la Península (Trienio Liberal, 1820-23) y aceleró el proceso de independencia. San Martín se entrevistó en Guayaquil con Bolívar en 1822 y llegaron a un acuerdo San Martín desde el sur y Bolívar por el norte lograron vencer a los realistas de Perú. Ayacucho (1824) fue la última batalla de la independencia. Perú consiguió la independencia; en 1825 lo hizo el Alto Perú, rebautizado Bolivia en honor del general.
En México los decretos anticlericales de las Cortes en el Trienio Liberal crearon gran malestar entre la oligarquía criolla. En 1821 el general Agustín de Itúrbide publicó el Plan de Iguala, que garantizaba la independencia, la defensa de la religión católica y la unión de todos los mejicanos. Los propietarios y la Iglesia le apoyaron y México alcanzó la independencia Itúrbide se proclamó Emperador en 1822 (Agustín I). Las colonias de América Central se irán independizando desde 1821; la República de Centroamérica (1823) se separará luego en cinco repúblicas (Costa Rica, Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua).
España perdió todas sus colonias americanas, excepto Cuba y Puerto Rico.
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