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Acabada la guerra el general instauró una dictadura fascistizada, o régimen semifascista, que incorporó una influencia clara de los totalitarismos alemán e italiano en campos como las relaciones laborales, la política económica autárquica, la estética, el uso de los símbolos o el unipartidismo.
El principal rasgo definitorio del régimen franquista fue que una única persona, el Generalísimo Franco —de ahí el nombre con el que se conoce—, acumuló en sus manos unos poderes omnímodos como ningún otro gobernante había gozado jamás en la historia de España.
El sistema político se basó en la dictadura del partido único, el Movimiento Nacional, heredero de FET y de las JONS (1937).
Dentro de una completa subordinación al «Caudillo», hubo diferentes «familias» o grupos —nunca partidos— con diversa sensibilidad política. Cada una trató de influir en las decisiones del dictador, y la habilidad de éste consistió en confiarles parcelas de poder convenientemente medidas, apoyarse sucesivamente en una familia u otra según conviniera en cada momento, desplazando del primer plano (sin dejar de contar con ellas) a las que se hacían incómodas por alguna razón interna o externa y garantizarse de esa manera su presencia indiscutida en el poder. Cuando estalló algún escándalo que podía atribuirse de algún modo a los recelos entre las familias (como el caso MATESA), Franco optaba por soluciones expeditivas y salomónicas («castigar» a ambas partes, de forma paternalista). Eran habituales las expresiones de Franco en que despreciaba la actividad política (propia de «politicastros»), e incluso ninguneaba a sus propios ministros, haciéndose célebre su consejo: «haga como yo, no se meta en política».
Durante los primeros meses de la guerra y particularmente en el periodo de agosto a diciembre de 1936, marcados por los episodios de violencia sistemática en contra de la población civil, tanto como resultado de la represión por motivos ideológicos, por parte de las fuerzas sublevadas, como por los partidarios de la revolución social, y el avance de las operaciones militares, se produjeron los primeros desplazamientos de refugiados y exiliados principalmente hacia Francia, caracterizados por su carácter todavía provisional, por lo que agrupaba a personas provenientes de las regiones fronterizas de Aragón, Cataluña y el País Vasco, ya fuera por su condición de proximidad al bando sublevado, en el caso de las dos primeras, o de partidarios del Gobierno que huían del avance del frente de Irún, en el último, o simplemente de personas «neutras» que se veían amenazadas por el clima de hostilidad y violencia. La emigración hacia Francia se aceleró de manera importante durante el transcurso de la Batalla del Ebro y los meses posteriores, en un movimiento de "retirada". El éxodo de ciudadanos provenientes de Cataluña fue masivo después de la caída de Barcelona el 26 de enero de 1939.
El México posrevolucionario, en persona de su presidente Lázaro Cárdenas, declaró aceptar una parte de la emigración desde febrero de 1939, a instancias de Chile, que estaba bien dispuesto en este aspecto hacia la República. México fue el único país que recibió los emigrados con los brazos abiertos, y con fondos del estado, gracias a los cuales se estableció la Casa de España en México (1938-1940), cuyo descendiente es el actual Colegio de México, y se establecieron la revista España Peregrina y la Editorial Séneca, dedicadas a autores y temas españoles.
La cifras de la emigración republicana hacia la URSS son objeto de discusión. La mayoría de los historiadores coincide en calcular su número en varios miles de personas, exclusivamente cuadros del Partido Comunista de España acompañados de sus familias. Se calcula que entre 2900 y 3200 niños fueron enviados a la URSS entre marzo de 1937 y octubre de 1938. Olvidados después de la derrota de la República, conocieron destinos diversos, algunos se quedaron en el país, otros -como El Campesino, lograron huir y otros fueron dispersados o murieron combatiendo por su nueva patria (caso del hijo de Dolores Ibárruri) durante la Segunda Guerra Mundial. Este episodio ha suscitado una abundante literatura.
El primer franquismo (1939-1959) fue la primera gran etapa de la historia de la dictadura del general Franco comprendida entre el final de la guerra civil española y el abandono de la política autárquica con la aplicación del Plan de Estabilización de 1959, que dio paso al franquismo desarrollista o segundo franquismo que duró hasta la muerte del Generalísimo.
Se suele dividir en tres subetapas:
La economía de España durante la era franquista se puede dividir en un primer periodo de autarquía y aislamiento que comprende los años que transcurren desde 1939, en que termina la guerra civil, hasta 1959 cuando se aprueba el plan nacional de Estabilización y que daría inicio al segundo periodo que se extendió desde entonces hasta la muerte de Francisco Franco en 1975. Este segundo periodo estuvo marcado por una mayor apertura comercial al exterior y un fortalecimiento del desarrollo.
La primera etapa autárquica, durante los años 1940, se caracteriza por una gran depresión de la producción, la escasez de todo tipo de bienes y la interrupción del proceso de modernización y crecimiento iniciado en algunos ámbitos durante la Segunda República. En el ámbito internacional destaca el proteccionismo comercial y financiero adoptado por los países europeos durante la guerra mundial y en los primeros años de la posguerra, así como el aislamiento impuesto a España por razones políticas. Estos factores, junto a los daños producidos en la guerra civil, fueron los principales factores determinantes de los efectos negativos producidos en la economía española. Sin embargo, los débiles resultados de este periodo no se explican adecuadamente sin tener en cuenta como elemento fundamental la política económica del gobierno, inspirada en unas aspiraciones autárquicas y un talante intervencionista extremo.
Desde el inicio de los años cincuenta, los acontecimientos y los resultados mismos del proceso económico presentan ya otro cariz diferente. Por un lado, factores del ámbito internacional como es un largo ciclo expansivo de los países occidentales y el recuperado valor geoestratégico de España y por otro lado, factores de carácter internos que incluyen ciertas medidas gubernamentales económicas aperturistas, al principio en forma muy lenta y que irán adquiriendo mayor amplitud y velocidad, a la vez se fue produciendo una cierta renovación generacional en ámbitos de la vida empresarial y de la Administración Pública, explican la liberación y el desarrollo de las potencialidades de crecimiento de la economía española que habían quedado estranguladas desde la guerra civil. Se inicia a finales de los cincuenta una notable recuperación de las posiciones en términos comparados con las principales economías, recobrándose el pulso del proceso de industrialización, que arrojará, al terminar el siglo XX, un saldo final de logros industriales y consecuciones económicas sin parangón posible con ningún tiempo precedente.
Diego Martínez Barrio consiguió aglutinar a buena parte de los republicanos de izquierda del exilio —Unión Republicana, Izquierda Republicana, y Partido Republicano Federal— con la creación en México de la Acción Republicana Española, cuyo primer manifiesto se hizo público el 14 de abril de 1941, décimo aniversario de la proclamación de la Segunda República Española, en el que acababa haciendo un llamamiento a las democracias occidentales para que ayudaran a derribar a Franco porque «sin una España libre no será posible una Europa libre». El punto fundamental en que divergía la propuesta de la ARE de la del socialista Indalecio Prieto, que había desplazado de la dirección del PSOE y de la UGT al sector «negrinista», era que propugnaba la reconstrucción de un gobierno republicano que se presentara a los aliados como alternativa a Franco, mientras que este último defendía la celebración de un referéndum sobre la forma de gobierno para atraerse el apoyo de los monárquicos.
Tras superarse la crisis de mayo de 1941 los militares monárquicos comenzaron a presionar a Franco para que diera paso a la monarquía. En julio de ese mismo año formaron una junta integrada por cinco generales presidida por el general Luis Orgaz, Alto Comisario Español en Marruecos, aunque el cerebro de la misma era el general Aranda. Sin embargo, entre los conspiradores, a los que se habían unido destacados políticos monárquicos como Pedro Sainz Rodríguez, existían numerosas discrepancias tanto sobre la composición del hipotético gobierno provisional que se formaría tras el abandono del poder de Franco —con predominio de los militares, como defendía el general Aranda, o de los civiles como propugnaba Sainz Rodríguez— como sobre sus objetivos —Aranda se contentaba con disolver la Falange y Sainz Rodríguez defendía la restauración inmediata de la monarquía—.
El anacronismo y la soledad del franquismo se hicieron patentes cuando el 25 de abril de 1974 triunfó en Portugal un golpe militar que puso fin a la dictadura salazarista, la más antigua de Europa, y la sensación de que se estaba asistiendo a su crisis agónica y final se acentuó cuando en julio de 1974 el general Franco fue hospitalizado a causa de una tromboflebitis, lo que le obligó a ceder temporalmente sus poderes al príncipe Juan Carlos. Pero una vez recuperado mínimamente, los reasumió a principios de septiembre.
Conforme se veía más cercana la muerte del general Franco, se fue registrando un paulatino reforzamiento de la oposición antifranquista que al mismo tiempo fue convergiendo hacia la unificación de sus diversas propuestas para acabar con dictadura.
A primera hora de la mañana del 20 de noviembre de 1975 el presidente del gobierno Carlos Arias Navarro anunciaba por televisión el fallecimiento del «Caudillo» y a continuación leía su último mensaje, el llamado testamento político de Franco.
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Acabada la guerra el general instauró una dictadura fascistizada, o régimen semifascista, que incorporó una influencia clara de los totalitarismos alemán e italiano en campos como las relaciones laborales, la política económica autárquica, la estética, el uso de los símbolos o el unipartidismo.
El principal rasgo definitorio del régimen franquista fue que una única persona, el Generalísimo Franco —de ahí el nombre con el que se conoce—, acumuló en sus manos unos poderes omnímodos como ningún otro gobernante había gozado jamás en la historia de España.
El sistema político se basó en la dictadura del partido único, el Movimiento Nacional, heredero de FET y de las JONS (1937).
Dentro de una completa subordinación al «Caudillo», hubo diferentes «familias» o grupos —nunca partidos— con diversa sensibilidad política. Cada una trató de influir en las decisiones del dictador, y la habilidad de éste consistió en confiarles parcelas de poder convenientemente medidas, apoyarse sucesivamente en una familia u otra según conviniera en cada momento, desplazando del primer plano (sin dejar de contar con ellas) a las que se hacían incómodas por alguna razón interna o externa y garantizarse de esa manera su presencia indiscutida en el poder. Cuando estalló algún escándalo que podía atribuirse de algún modo a los recelos entre las familias (como el caso MATESA), Franco optaba por soluciones expeditivas y salomónicas («castigar» a ambas partes, de forma paternalista). Eran habituales las expresiones de Franco en que despreciaba la actividad política (propia de «politicastros»), e incluso ninguneaba a sus propios ministros, haciéndose célebre su consejo: «haga como yo, no se meta en política».
Durante los primeros meses de la guerra y particularmente en el periodo de agosto a diciembre de 1936, marcados por los episodios de violencia sistemática en contra de la población civil, tanto como resultado de la represión por motivos ideológicos, por parte de las fuerzas sublevadas, como por los partidarios de la revolución social, y el avance de las operaciones militares, se produjeron los primeros desplazamientos de refugiados y exiliados principalmente hacia Francia, caracterizados por su carácter todavía provisional, por lo que agrupaba a personas provenientes de las regiones fronterizas de Aragón, Cataluña y el País Vasco, ya fuera por su condición de proximidad al bando sublevado, en el caso de las dos primeras, o de partidarios del Gobierno que huían del avance del frente de Irún, en el último, o simplemente de personas «neutras» que se veían amenazadas por el clima de hostilidad y violencia. La emigración hacia Francia se aceleró de manera importante durante el transcurso de la Batalla del Ebro y los meses posteriores, en un movimiento de "retirada". El éxodo de ciudadanos provenientes de Cataluña fue masivo después de la caída de Barcelona el 26 de enero de 1939.
El México posrevolucionario, en persona de su presidente Lázaro Cárdenas, declaró aceptar una parte de la emigración desde febrero de 1939, a instancias de Chile, que estaba bien dispuesto en este aspecto hacia la República. México fue el único país que recibió los emigrados con los brazos abiertos, y con fondos del estado, gracias a los cuales se estableció la Casa de España en México (1938-1940), cuyo descendiente es el actual Colegio de México, y se establecieron la revista España Peregrina y la Editorial Séneca, dedicadas a autores y temas españoles.
La cifras de la emigración republicana hacia la URSS son objeto de discusión. La mayoría de los historiadores coincide en calcular su número en varios miles de personas, exclusivamente cuadros del Partido Comunista de España acompañados de sus familias. Se calcula que entre 2900 y 3200 niños fueron enviados a la URSS entre marzo de 1937 y octubre de 1938. Olvidados después de la derrota de la República, conocieron destinos diversos, algunos se quedaron en el país, otros -como El Campesino, lograron huir y otros fueron dispersados o murieron combatiendo por su nueva patria (caso del hijo de Dolores Ibárruri) durante la Segunda Guerra Mundial. Este episodio ha suscitado una abundante literatura.
El primer franquismo (1939-1959) fue la primera gran etapa de la historia de la dictadura del general Franco comprendida entre el final de la guerra civil española y el abandono de la política autárquica con la aplicación del Plan de Estabilización de 1959, que dio paso al franquismo desarrollista o segundo franquismo que duró hasta la muerte del Generalísimo.
Se suele dividir en tres subetapas:
La economía de España durante la era franquista se puede dividir en un primer periodo de autarquía y aislamiento que comprende los años que transcurren desde 1939, en que termina la guerra civil, hasta 1959 cuando se aprueba el plan nacional de Estabilización y que daría inicio al segundo periodo que se extendió desde entonces hasta la muerte de Francisco Franco en 1975. Este segundo periodo estuvo marcado por una mayor apertura comercial al exterior y un fortalecimiento del desarrollo.
La primera etapa autárquica, durante los años 1940, se caracteriza por una gran depresión de la producción, la escasez de todo tipo de bienes y la interrupción del proceso de modernización y crecimiento iniciado en algunos ámbitos durante la Segunda República. En el ámbito internacional destaca el proteccionismo comercial y financiero adoptado por los países europeos durante la guerra mundial y en los primeros años de la posguerra, así como el aislamiento impuesto a España por razones políticas. Estos factores, junto a los daños producidos en la guerra civil, fueron los principales factores determinantes de los efectos negativos producidos en la economía española. Sin embargo, los débiles resultados de este periodo no se explican adecuadamente sin tener en cuenta como elemento fundamental la política económica del gobierno, inspirada en unas aspiraciones autárquicas y un talante intervencionista extremo.
Desde el inicio de los años cincuenta, los acontecimientos y los resultados mismos del proceso económico presentan ya otro cariz diferente. Por un lado, factores del ámbito internacional como es un largo ciclo expansivo de los países occidentales y el recuperado valor geoestratégico de España y por otro lado, factores de carácter internos que incluyen ciertas medidas gubernamentales económicas aperturistas, al principio en forma muy lenta y que irán adquiriendo mayor amplitud y velocidad, a la vez se fue produciendo una cierta renovación generacional en ámbitos de la vida empresarial y de la Administración Pública, explican la liberación y el desarrollo de las potencialidades de crecimiento de la economía española que habían quedado estranguladas desde la guerra civil. Se inicia a finales de los cincuenta una notable recuperación de las posiciones en términos comparados con las principales economías, recobrándose el pulso del proceso de industrialización, que arrojará, al terminar el siglo XX, un saldo final de logros industriales y consecuciones económicas sin parangón posible con ningún tiempo precedente.
Diego Martínez Barrio consiguió aglutinar a buena parte de los republicanos de izquierda del exilio —Unión Republicana, Izquierda Republicana, y Partido Republicano Federal— con la creación en México de la Acción Republicana Española, cuyo primer manifiesto se hizo público el 14 de abril de 1941, décimo aniversario de la proclamación de la Segunda República Española, en el que acababa haciendo un llamamiento a las democracias occidentales para que ayudaran a derribar a Franco porque «sin una España libre no será posible una Europa libre». El punto fundamental en que divergía la propuesta de la ARE de la del socialista Indalecio Prieto, que había desplazado de la dirección del PSOE y de la UGT al sector «negrinista», era que propugnaba la reconstrucción de un gobierno republicano que se presentara a los aliados como alternativa a Franco, mientras que este último defendía la celebración de un referéndum sobre la forma de gobierno para atraerse el apoyo de los monárquicos.
Tras superarse la crisis de mayo de 1941 los militares monárquicos comenzaron a presionar a Franco para que diera paso a la monarquía. En julio de ese mismo año formaron una junta integrada por cinco generales presidida por el general Luis Orgaz, Alto Comisario Español en Marruecos, aunque el cerebro de la misma era el general Aranda. Sin embargo, entre los conspiradores, a los que se habían unido destacados políticos monárquicos como Pedro Sainz Rodríguez, existían numerosas discrepancias tanto sobre la composición del hipotético gobierno provisional que se formaría tras el abandono del poder de Franco —con predominio de los militares, como defendía el general Aranda, o de los civiles como propugnaba Sainz Rodríguez— como sobre sus objetivos —Aranda se contentaba con disolver la Falange y Sainz Rodríguez defendía la restauración inmediata de la monarquía—.
El anacronismo y la soledad del franquismo se hicieron patentes cuando el 25 de abril de 1974 triunfó en Portugal un golpe militar que puso fin a la dictadura salazarista, la más antigua de Europa, y la sensación de que se estaba asistiendo a su crisis agónica y final se acentuó cuando en julio de 1974 el general Franco fue hospitalizado a causa de una tromboflebitis, lo que le obligó a ceder temporalmente sus poderes al príncipe Juan Carlos. Pero una vez recuperado mínimamente, los reasumió a principios de septiembre.
Conforme se veía más cercana la muerte del general Franco, se fue registrando un paulatino reforzamiento de la oposición antifranquista que al mismo tiempo fue convergiendo hacia la unificación de sus diversas propuestas para acabar con dictadura.
A primera hora de la mañana del 20 de noviembre de 1975 el presidente del gobierno Carlos Arias Navarro anunciaba por televisión el fallecimiento del «Caudillo» y a continuación leía su último mensaje, el llamado testamento político de Franco.
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