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Desde que Hegel lo dejara puesto por escrito en sus Lecciones de historia de la filosofía, Descartes es el padre de la filosofía moderna, lo cual resulta insuficiente si no se añade de inmediato que también lo es, en muchos sentidos, de la ciencia en el modo en el que la conocemos. Todos los que le siguieron estudiaron sus obras con la máxima atención, bien para aceptarlas o bien para refutarlas.
Los Principios de la Filosofía fueron publicados por Descartes en 1644 como un compendio de todas las aportaciones científicas conocidas. En su conjunto representan una de las cumbres de la cultura occidental. Cabe emocionarse al imaginar la época en la que fueron escritos y sentir el tiempo y el modo en el que éste permanece en las ideas, pero también cuando consideramos las controversias a que dieron lugar y que alumbraron el mundo en el que vivimos.
Descartes escribió los Principios en latín; posteriormente, en 1698 fueron vertidos al francés e impresos en La Haya. Los Principios están organizados en cuatro grandes secciones. En la primera Descartes se ocupa de los principios del conocimiento humano (de la duda metódica como procedimiento para conocer, del sentido común y su alcance, del cogito como sujeto de conocimiento y de las ideas claras y distintas propias de las matemáticas y que actúan como primeros principios del conocer...). La segunda parte trata acerca de los principios de las cosas materiales y de la identificación de los cuerpos con la extensión y el movimiento que, siendo elementos geometricos, no precisan de más análisis. La parte tercera es quizá la más importante; en ella se ofrece al lector un esquema cosmológico calculable, que fue el que posteriormente refutaría Newton por la época en la que aparecía la traducción al francés a la que nos hemos referido. En todo caso, el mérito mayor e indiscutible de Descartes fue formular lo que en términos popperianos cabría considerar como una teoría cosmológica falsable o refutable, para lo que resultaba imprescindible el conjunto de hechos y el aparato matemático que adujo. Sólo por eso ya cabría colocarle entre los mayores físicos de la historia (junto con Aristóteles, Galileo, Newton, Einsten y Heisenberg). Pero Descartes representa más que eso; es la modernidad y lo moderno par excellence, algo increíblemente actual, cool y hasta cierto punto extraño en nuestro ámbito cultural (lo que muestra la extraordinaria lentitud, casi geológica, con la que se incorporan las cosmovisiones en las culturas). La cuarta parte es un tratado de ciencias de la tierra o ciencias empíricas en las que se abordan, con los mismos principios fisicos, la geología, la meteorología, la hidrología, la metalurgia y la química.
En este recurso podréis leer sólo la primera parte, incluyendo la carta del autor al traductor que puede servir de prefacio y que probablemente sería bueno considerar de obligada lectura en todo programa de bachillerato.
En este país que ha demostrado disponder de una voluntad de hierro a la hora de evitar las tentaciones de la ilustración, quedémonos con el siguiente párrafo del prefacio, donde se puede leer: "Quisiera enseguida pasar a considerar la utilidad de esa filosofía y mostrar que, puesto que se extiende a todo lo que el espíritu humano pueda saber, debemos creer que ella sola nos distingue de los más salvajes y bárbaros, y que cada nación es más civilizada y refinada en tanto que en ella mejor filosofan los hombres; y de este modo, tener verdadera filosofía es el mayor bien que pueda hallarse en un Estado".
Una idea de verdad muy débil parece teñir con un color característico este momento de los albores del siglo XXI, hasta el punto de que es ya casi un lugar común considerar esta época como la de la postverdad. Con carácter muy general parece aceptable la idea de que la libertad sólo se realiza en un universo de relatos y opiniones que valen lo mismo con independencia de cuál sea su relación con el mundo objetivable de los hechos, que en sí mismos se han convertido en un relato. El mundo en su conjunto parece haber renegado de la posibilidad colectiva de construir un espacio de libertad basado en el conocimiento y, en consecuencia, parece preferir vivir en un espacio global que representaría de manera bastante precisa el anverso de aquel que concibió Descartes y que condensó de manera inmejorable en la frase de Los Principios que acabamos de citar. Según Descartes, la verdad es lo que se interpone entre la barberie y la civilización; el modo por el que se adviene a ella es un proceso colectivo que consetudinariamente hemos denominado educación o illustración. En este ascenso y elevación hasta la más perfeccionada y refinada ignorancia colectiva que parece ser uno de los resultados más espectaculares de la globalización, puede uno toparse con el espíritu de nuestra última reforma educativa, que se entronca en esa tradición anti-ilustrada donde nuestras élites están mucho mejor representadas por una duquesa de Alba vestida de faralaes y bailando sevillanas, que por el meditabundo Jovellanos que nos dejó Goya. Si hay algo anticartesiano es lo castizo; quizá por ello, por la imposibilidad de resolver esa tensión entre lo moderno y lo inveterado, nuestra reforma educativa ha preferido abandonar la filosofía en el rincón de los trastos viejos.
Descartes, R (1.987): Los Principios de la Filosofía (Prefacio y Primera Parte, UNAM, México (traducción y notas de Nicole Ooms)
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Fecha publicación: 15.11.2015
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