Què puc hacer?
tipo de documento Lecciones
El arte islámico se desarrolló en al-Ándalus (la España musulmana) entre los siglos VIII y XV. Dada la limitación religiosa (aniconismo islámico) que afecta a la escultura y la pintura (a pesar de la cual hay algunos ejemplos), su manifestación principal fue la arquitectura andalusí (hispanomusulmana o hispanomoresca); aunque las artes suntuarias (o artes decorativas o artes menores –cerámica andalusí, eboraria, orfebrería, textil–) tuvieron un extraordinario desarrollo.
La invasión musulmana del reino visigodo (711) significó, en el ámbito artístico y cultural, un cambio de orientación de los modelos, pero también un sincretismo del que la civilización árabe es característica; destacadamente, la reutilización de elementos de iglesias visigodas que se transformaron en mezquitas, lo que implicó la adopción y transformación del arco de herradura.
Hasta 1492, en que desaparece el reino nazarí de Granada, en al-Ándalus se mantuvieron unas condiciones culturales peculiares que le diferenciaron tanto del Islam oriental como del arte europeo. Pero, al mismo tiempo, esta singularidad geográfica y cultural constituyó uno de los factores que repercutieron decisivamente en el despertar de Europa tras los siglos de desunión y letargo que siguieron a la caída del Imperio Romano de Occidente y las invasiones bárbaras.
La conquista musulmana no supuso la extinción de las comunidades cristianas y judías. Unos huyeron al norte, donde formaron un reducto de oposición al nuevo poder instituido en Córdoba y, con el tiempo, constituirían el germen de la posteriormente llamada Reconquista; otros, los cristianos que permanecieron en territorio musulmán, pasaron a ser conocidos con el apelativo de mozárabes. Tanto esta minoría como la judía gozaron de la protección estatal, conformando comunidades numerosas en grandes ciudades como Mérida, Toledo, Valencia, Córdoba, Sevilla, Granada, Almería, Málaga, etc.
Desde el punto de vista artístico, el emirato andalusí emplea un estilo que no difiere en demasía del resto del Califato Omeya. Es decir, la adecuación de fórmulas y elementos de las culturas que les habían precedido, en este caso del mundo romano y visigodo. En ningún momento se produce una repetición literal de motivos y formas; al contrario, su inteligente incorporación y asimilación se traduce en una verdadera eclosión creadora, originándose el momento cúspide del arte califal. En él se funden elementos de la tradición local hispanorromano-visigótica con los elementos orientales, tanto bizantinos, como omeyas o abasíes.
Los edificios artísticos se centran, desde el primer momento, en torno a su capital, Córdoba, en la que se construyó una mezquita congregacional destinada a convertirse en el monumento más importante del occidente islámico. Destacan, entre otras, las obras llevadas a cabo durante el reinado de Abd al-Rahmán II, corte que acogió a numerosos artistas, modas y costumbres orientales; impulsó, entre otras, las construcciones del Alcázar de Mérida así como la del alminar de la iglesia de San Juan en Córdoba e hizo mejorar sus murallas y las de Sevilla. El califa Abderramán III, siguiendo la tradición oriental, (según la cual cada monarca, como signo de prestigio, debía poseer su propia residencia palaciega), decidió fundar la ciudad áulica de Medina Azahara (Medina al-Zahra).
En el resto del territorio peninsular también es patente el florecimiento artístico impulsado por el califato. Entre los de carácter religioso figuran las mezquitas, medersas o madrazas y mausoleos. En la ciudad de Toledo todavía se perciben restos de su fortificación, así como algunos vestigios que definen su alcazaba, medina, arrabales y entorno. De entre ellas destaca la pequeña mezquita del Cristo de la Luz o de Bab al-Mardum. Y obras tan significativas como la rábida de Guardamar del Segura (Alicante), el Castillo de Gormaz (Soria) o la Ciudad de Vascos (Toledo).
El refinamiento imperante en la corte califal propició la creación de toda clase de objetos decorativos que, bajo el patrocinio real, se tradujeron en las más variadas expresiones artísticas. Mención especial merecen los trabajos en marfil, entre los que se encuentran todo tipo de objetos de uso cotidiano minuciosamente tallados: botes y arquetas destinadas a guardar joyas, ungüentos y perfumes; almireces, pebeteros, ataifores, jarras y jofainas de cerámica vidriada etc. En el Museo Arqueológico Nacional, puede contemplarse el Bote de Zamora, destinado a la mujer de al-Hakam II o la arqueta de Leyre, que dan buena muestra de ello.
Los monarcas, igual que en Bagdad y El Cairo, crean su propia fábrica de tejidos o bandas, lo que da lugar al principio de la historia de la producción de tejidos en seda bordada en al-Ándalus. Los motivos vegetales y figurativos geometrizados se inscriben en medallones que forman bandas tal y como aparecen en el velo o almejí de Hisham II que, a modo de turbante, le cubría la cabeza y le colgaba hasta los brazos.
Asimismo existían los talleres en los que se trabajaba el bronce, tallado con figuras que representaban leones y ciervos con el cuerpo cubierto de círculos tangentes evocando tejidos y que se utilizaban como surtidores en las fuentes. Su paralelismo formal y estilístico con piezas de los fatimis ha conducido a la controversia acerca de la legitimidad de algunas de estas piezas.
La cerámica cuenta con tipos de producción conocida como verde y manganeso. Su decoración a base de motivos epigráficos, geométricos y una destacada presencia de motivos figurativos se consiguen mediante la aplicación del óxido de cobre (verde) y óxido de manganeso (morado).
La destrucción de la unidad política llevó a la abolición del califato cordobés en 1031 y a la creación de un mosaico de reinos independientes que fueron denominados taifas (de tawaifs, partidos, facciones). Las rivalidades entre ellos, reivindicando la herencia del prestigio y la autoridad del Califato, constituyeron la tónica dominante del período. Esta situación se tradujo en el terreno artístico en la emulación de modelos cordobeses.
En este contexto se inserta la arquitectura palatina patrocinada por cada uno de los monarcas. Uno de los mejores testimonios es, sin duda, la Aljafería de Zaragoza, emparentada tipológicamente con el palacio omeya de Msatta (Jordania). Cuenta con organización tripartita donde cada uno de los sectores estaba dedicado a funciones diferenciadas. El sector central, de uso protocolario, está dominado por un patio rectangular cuyos lados menores estaban ocupados por albercas, pórticos y estancias alargadas acotadas en los extremos por alcobas. Este esquema deriva, sin duda, de los modelos palatinos cordobeses. A esta misma tradición responde el repertorio de arcos desplegado en el edificio, entre los que encontramos desde arcos lobulados, mixtilíneos, de herradura semicircular y apuntada, a complejas organizaciones de arcos entrecruzados, superpuestos y contrapuestos. Todos ellos están realizados con materiales pobres, pero revestidos de yeserías con motivos vegetales, geométricos y epigráficos, buscando un efecto de fastuosidad y aparente riqueza.
Las viejas alcazabas de los distintos reinos también sufrieron importantes remodelaciones. En la de Málaga se añadió un doble recinto amurallado con torres cuadradas y un palacio al que corresponden los restos de los llamados Cuartos de Granada. La vieja alcazaba de Granada, conocida como qadima (antigua), situada en la colina del Albaicín, se fortificó con torres cuadradas y redondas y se le añadieron algunas puertas en recodo, como la puerta Monaita y la puerta Nueva. Asimismo, la ciudad conserva unos baños conocidos como El Bañuelo, en la carrera del Darro, organizados en tres estancias de las cuales la central o templada adquiere, por razones de uso, unas mayores dimensiones. Baños muy similares se conservan en Toledo, Baza y Palma de Mallorca. La alcazaba de Almería fue fortificada con muros de tapial, construyéndose en su interior un palacio, al-Sumadihiyya, rodeado de jardines. En los casos de Toledo y Sevilla, reinos que pujaron más fuertemente por la herencia cordobesa, se conservan deslumbrantes testimonios de las crónicas árabes sobre sus palacios, así como escasos fragmentos generalmente descontextualizados.
Al igual que la arquitectura, las artes suntuarias siguieron la tradición cordobesa aunque el protagonismo fue adquirido por otros centros. Así la producción de marfil se trasladó al taller de Cuenca mientras que el prestigio en los textiles fue adquirido por el taller de Almería. Por lo que respecta a la cerámica, se consolidó una técnica que había aparecido durante el califato pero que en estos momentos adquirió un gran desarrollo. Se trata de la cerámica de "cuerda seca" cuyas piezas se decoran con líneas de óxido de manganeso formando diferentes motivos que se rellenan con vidrio de diferentes colores y tamaños.
Las obras realizadas durante el reinado del monarca Yusuf ibn Tasufin, evidenciaban, todavía, la austeridad y falta de ornamentación impuestas por su fervor religioso. Rigor formal que no mantuvo su hijo Alí ibn Yusuf que, deslumbrado por el refinamiento cortesano de las taifas andalusíes, patrocinó la construcción de varios edificios decorados con los más bellos elementos.
El soporte preferido es el pilar, en sustitución de la columna. Adoptan el arco de herradura y lobulado, a los que añaden arcos de herradura o túmidos, lobulados trebolados, mixtilíneos y lambrequines formados, estos últimos, por pequeñas curvas, ángulos rectos y claves pinjantes. En relación al desarrollo de los arcos aplican, desde el salmer, un motivo en "S" denominado serpentiforme, ya utilizado anteriormente en la Aljafería de Zaragoza. El sistema de tejados preferido es a dos aguas, construyen techos de madera y alcanzan un gran desarrollo en el arte mudéjar, a la vez que realizan extraordinarias cubiertas cupuladas. Unas, representadas por la cúpula del mihrab de la mezquita de Tremecén, seguirán el modelo cordobés: arcos entrecruzados que dejan la clave libre si bien, en este caso, arrancan de trompas angulares de mocárabes y utilizan unos complementos de estuco calado decorados con exuberantes motivos florales. A partir de esta obra, en la que se documenta la introducción en el Magreb del mocárabe, aparecen otros tipos de cúpulas denominadas de mocárabes, como la que puede verse en la mezquita de Qarawiyyin en Fez.
Los trabajos artísticos continuaron vinculados a las tradiciones anteriores. El taller textil de Almería alcanzó su cenit realizando los famosos «attabi». Estos tejidos se caracterizan por la utilización de colores más suaves con toques de oro formando círculos dobles, tangentes o enlazados, dispuestos en filas, en cuyo interior se bordan parejas de animales. La similitud con los tejidos sicilianos permite que se confundan ambos talleres. Un problema similar plantean los marfiles, que contienen inscripciones ambiguas que no acaban de aclarar a cuál de los dos talleres pertenecen. La cerámica, por su parte, continúa desarrollando la técnica de "cuerda seca parcial" o "total" dependiendo de que la decoración cubra toda la superficie o parte de ella. Al mismo tiempo aparecen dos nuevas técnicas aplicadas a la cerámica no vidriada: el esgrafiado y el estampillado, que se generalizarán en la época almohade.
El retorno a la austeridad más extrema condujo, incluso de forma más rápida que en el caso de sus predecesores, los almorávides, a uno de los momentos artísticos de mayor esplendor (ver arte almorávide), de manera particular en lo que atañe a la arquitectura. El arte almohade continuó la estela almorávide consolidando y profundizando en sus tipologías y motivos ornamentales. Construían con los mismos materiales: azulejos, yeso, argamasa y madera. Y mantuvieron, como soporte, los pilares y los arcos utilizados en el período anterior.
Sus mezquitas siguieron el modelo de la mezquita de Tremecén, con naves perpendiculares al muro de la quibla. En ellas se potenció un esquema en "I" mediante la utilización de cúpulas que son de mocárabes en la mezquita de Tinmal y en la de Kutubiyya de Marrakech. Se caracterizan por su planta cuadrada y su altura compuesta por dos torres, una de ellas alberga otra y, entre ambas, discurre una escalera o rampa, como en el caso de la Giralda de Sevilla. La torre interior está formada por estancias abovedadas y superpuestas que tendrán su repercusión posterior en las construcciones de otras torres-campanario mudéjares, especialmente en las edificadas en Aragón.
La arquitectura palaciega introduce los patios cruzados que ya habían hecho su aparición en Medina al-Zahra, pero que es, en estos momentos, cuando adquieren su mayor protagonismo. Su mejor testimonio se halla representado en el Alcázar de Sevilla, en el que se ha conservado el patio de la Casa de Contratación y otro, actualmente subterráneo, conocido como el Jardín Cruzado o Baños de doña María Padilla. Este esquema será aplicado, asimismo, en los patios nazarís y mudéjares. Otra novedad aparece en el Patio del Yeso del Alcázar de Sevilla, y tendrá una gran repercusión. Consiste en la colocación de pequeñas aberturas o ventanas cubiertas con celosías de estuco que dan acceso a una estancia y que permiten, de este modo, su iluminación y ventilación.
La arquitectura militar experimenta un enriquecimiento tipológico y se perfecciona su eficacia defensiva que tendrá gran trascendencia, incluso para el ámbito cristiano. Aparecen complejas puertas con recodos a fin de que los atacantes, al avanzar, dejen uno de sus flancos al descubierto; torres poligonales para desviar el ángulo de tiro; torres albarranas separadas del recinto amurallado pero unidas a él por la parte superior mediante un arco, lo cual permite aumentar su eficacia defensiva respecto a una torre normal, como la Torre de Espantaperros de Badajoz o la Torre del Oro de Sevilla; muros reforzados que discurren perpendiculares al recinto amurallado con objeto de proteger una toma de agua, una puerta, o evitar el cerco completo; barbacanas o antemuros y parapetos almenados.
En el terreno decorativo aplicaron un repertorio caracterizado por la sobriedad, el orden y el racionalismo, lo que se traduce en la aparición de motivos amplios que dejan espacios libres en los que triunfan los entrelazados geométricos, las formas vegetales lisas y lo más novedoso: la sebqa. Otra decoración arquitectónica que aparece en este alminar y en la mezquita de Kutubiyya, es la cerámica, en la que se aplica la técnica del alicatado; es decir piezas recortadas que, combinadas entre sí, componen un motivo decorativo. En otras ocasiones estas manifestaciones artísticas unen el carácter ornamental con el funcional.
Las obras de arte de esta época están peor representadas a causa de la confusión existente entre los diferentes períodos artísticos. Es lo que ocurre, por ejemplo, con los tejidos, que no se distinguen fácilmente de los mudéjares: acusan una práctica ausencia de motivos figurativos en tanto que aumenta la decoración geométrica y epigráfica a base de la repetición insistente de palabras árabes como "bendición" y "felicidad". En cuanto elementos metálicos, destacan los aguamaniles que representan figuras de animales decoradas con incisiones vegetales cinceladas.
El arte nazarí es un estilo surgido en la época tardía de al-Ándalus en el reino nazarí de Granada. Los dos paradigmas del mismo lo constituyen los palacios de la Alhambra y el Generalife.
La arquitectura militar desarrolla los mismos sistemas generados en la época anterior, dotándola de una mayor complejidad. La arquitectura palaciega emplea dos tipos de organización de patios: uno el patio monoaxial, patio de los Arrayanes o de la Alberca, y otro, el patio cruzado, patio de los Leones. Las estancias vinculadas a ellos responden, nuevamente, a dos tipologías: una alargada en cuyos extremos están las alcobas, y otra cuadrada rodeada por las habitaciones, por ejemplo, la Sala de la Barca y la Sala de las Dos Hermanas. Los escasos vestigios de arquitectura religiosa permiten pensar en mezquitas que siguen el modelo almohade, con naves perpendiculares al muro de la «qibla». Quizá la única novedad destacable provenga del hecho de la utilización de columnas de mármol cuando el edificio es de cierta relevancia.
En cuanto al repertorio ornamental utilizan una profusión decorativa que enmascara la pobreza de los materiales, emplean desde zócalos alicatados y yeserías de estuco, a decoración pintada como la que se conserva en la bóveda de la Sala de los Reyes. Es característica la columna de fuste cilíndrico y el capitel de dos cuerpos, uno cilíndrico decorado con bandas y otro cúbico con ataurique. Los arcos preferidos son los de medio punto peraltado y angrelados. Las techumbres de madera alternan con bóvedas mocárabes realizadas con estuco como los de la Sala de las Dos Hermanas o la de los Abencerrajes. Asimismo, a los motivos ornamentales habituales (geométricos, vegetales y epigráficos), se une el escudo nazarí que será generalizado por Mohamed V.
En las artes suntuarias destacan las cerámicas de reflejos metálicos y los tejidos de seda a los que pueden añadirse los bronces, las taraceas y las armas. La cerámica de lujo, conocida como de "reflejo metálico" o "losa dorada" se caracteriza por someter, la última cocción, a fuego muy bajo "de oxígeno" y menor temperatura. Con este procedimiento la mezcla de sulfuro de oro y cobre empleada en la decoración llega a la oxidación reduciendo el brillo metalizado. Era frecuente, también, añadir óxido de cobalto con lo que se conseguían unos tonos azules y dorados. Los tejidos se caracterizaban por su intenso colorido así como por los motivos, idénticos a los empleados en la decoración arquitectónica.
El arte mudéjar tuvo lugar entre el siglo XII y el siglo XVI, y fue un fenómeno autóctono y exclusivamente hispánico, realizado por los mudéjares, cristianos y moriscos. Básicamente, es un estilo para cristianos pero que incorpora influencias, elementos o materiales de estilo hispanomusulmán.
En este arte influyó la situación fronteriza en continuo movimiento. El estilo gótico estaba asentado en el norte de la península y, a medida que avanzaba la reconquista, iba progresivamente condicionando el mudéjar. La posterior conquista de al-Ándalus conlleva un mudéjar más joven y con influencias directas de la arquitectura tradicional. El alarife, en su faceta de albañil especializado, utilizaba materiales simples como azulejos, yeso, escayola, mampostería, madera etc., como materia prima básica para crear una obra cargada de imaginación.1 Como maestro de obras y «experto» en todo tipo de construcciones, y sin competencia entre sus pares cristianos, el alarife descendió en la jerarquía arquitectónica pero continuó siendo indispensable en la obras de iglesias, sinagogas, fortificaciones, palacios, fuentes, etc.
La Alhambra se levantó sobre la colina de la Sabika, uno de los puntos más elevados de la ciudad de Granada. Este emplazamiento buscaba una situación estratégica defensiva y a la vez transmitir un claro símbolo, donde la cima del poder es muy perceptible para el resto de la ciudad, una ubicación escogida para ser contemplada.
La colina de la Sabika ya era un espacio ocupado con anterioridad, al menos desde tiempo de los romanos y las primeras referencias escritas de un emplazamiento militar en la zona datan del año 666. Así se tiene constancia de los núcleos de Iliberis (Elvira), en el Albaicín y Alcazaba, Castilia, cerca del actual pueblo de Atarfe, y Garnata en la colina frente a la Alcazaba como un barrio de Iliberis en la comarca y en el 756 los núcleos de El Albaicín y La Alhambra. La extensión de la colina permite albergar el complejo ocupando este unos 740 m de longitud y entre 180 m y 40 m de anchura.
A partir de la muerte de Alhakén II, tercer califa Omeya, en 976, la historia política del califato Omeya se convirtió en un cúmulo de reveses. La reconquista cristiana pasó a ser el impulso dominante dentro de la península. En este contexto, la transformación de Gharnata de pequeña población en ciudad de cierta importancia ocurrió a principios del siglo XI, cuando la dinastía bereber de los Ziríes formó un principado semiindependiente. Bajo los tres gobernantes Habus, Badis y Abdallah (1025-1090) la ciudad aumentó en población.
Los edificios estaban concentrados en la colina de la Alcazaba y en su entorno inmediato. Para la formación de la Alhambra el acontecimiento más importante es la construcción por el visir Yusuf ibn Nagrela de una fortaleza-palacio en la colina de la Sabika. Un poema de Ibn Gabirol parece indicar que los leones de la fuente de los Leones se hallaban originariamente en el palacio de este visir judío. Puede que haya habido otras construcciones puramente militares en la colina de la Alhambra durante el período zirí, pero es difícil distinguirlas con precisión.
El año 1238 señaló un segundo momento crucial. Muhammad ibn Nasr tomó la ciudad. La paradoja de la Granada nazarí consiste en el hecho de que un poder político y militar decadente, moribundo en realidad, coincidiera con una cultura original y sorprendentemente rica. La Alhambra se creó en un mundo políticamente inestable y económicamente próspero. Así, Muhammad aceptó una relación de vasallaje con la corona de Castilla, y así entró por la Puerta de Elvira para ocupar el palacio del Gallo del Viento (la antigua Alhambra), Mohamed-Ben-Nazar (o Nasr), llamado Al-Hamar el Rojo por el color de su barba.
Ben-Al-Hamar construyó el primer núcleo del palacio, fortificándolo posteriormente su hijo Mohamed II. Con toda probabilidad las murallas exteriores y el acueducto se completaron al final del siglo XIII. Los jardines y pabellones del Generalife datan al parecer del reinado de Isma'il (1314-1325). Pero los emplazamientos más importantes de la Alhambra (el complejo del patio de los Arrayanes y el de los Leones) pertenecen a la época de Yusuf I (1333-1354) y Muhammed V, este estilo granadino es la culminación del arte andalusí. Tras tres siglos de actividad, quedan bien diferenciados los tres sectores en la Alhambra: la alcazaba, el entramado urbano y los palacios.7
En 1492, finalizó la conquista de Granada por los Reyes Católicos. Hernando del Pulgar, cronista de la época, cuenta: "El conde de Tendilla y el Comendador Mayor de León, Gutierre de Cárdenas, recibieron de Fernando el Católico las llaves de Granada, entraron en la Alhambra y encima de la Torre de Comares alzaron la cruz y la bandera". La Alhambra pasa así a ser ciudadela y palacio real de los reyes cristianos y el complejo continúa su desarrollo, se añade el convento de San Francisco en 1494, el palacio de Carlos V en 1527 o la iglesia de Santa María de la Encarnación de la Alhambra en 1581.
Medina Azahara, castellanización del nombre en árabe, مدينة الزهراء Madīnat al-Zahrā ("la Ciudad Brillante"), fue una ciudad palatina o áulica que mandó edificar el primer califa de Córdoba, Abderramán III, a unos 8 km en las afueras de Córdoba en dirección noroeste, a los pies de Sierra Morena.
Los principales motivos de su construcción son de índole político-ideológica: la dignidad de califa exige la fundación de una nueva ciudad, símbolo de su poder, a imitación de otros califatos orientales y sobre todo, para mostrar su superioridad sobre sus grandes enemigos, el recién instaurado Califato fatimí de Ifriqiya, la zona norte del continente africano. Además de oponentes políticos, lo eran también en lo religioso, ya que los fatimíes, chiíes, eran enemigos de los omeyas, mayoritariamente de la rama islámica suní.
Madīnat al-Zahrā fue mandada construir por el primer califa de Al-Ándalus, Abd al-Rahman al-Násir (891–961) —o Abderramán III— como parte del programa político, económico e ideológico puesto en marcha tras la instauración del califato. Se dice que su fundación está relacionada con una favorita del califa que tendría por nombre al-Zahrá (Azahara) pero los principales motivos de su construcción son más bien de índole política-ideológica: la dignidad de califa exige la fundación de una nueva ciudad símbolo de su poder a imitación de otros califatos orientales y además para mostrar su superioridad sobre sus grandes enemigos, los fatimíes de Ifriqiyya, la zona norte del continente africano.
La mezquita-catedral de Córdoba, Santa María Madre de Dios» o «Gran mezquita de Córdoba», actualmente conocida como la Catedral de la Asunción de Nuestra Señora de forma eclesiástica, es un edificio de la ciudad de Córdoba, España. En 2019 superó los dos millones de visitantes, siendo su récord histórico y convirtiéndolo en uno de los monumentos más visitados de España.
Se empezó a construir como mezquita en el año 784; hasta hace poco se creía que tras la apropiación por los conquistadores musulmanes de la basílica hispanorromana de San Vicente Mártir y la reutilización de parte de los materiales, quedando reservada al culto musulmán, pero los estudios arqueológicos más recientes descartan esta hipótesis. El edificio fue objeto de ampliaciones durante el Emirato de Córdoba y el Califato de Córdoba. Con 23 400 metros cuadrados, fue la segunda mezquita más grande del mundo en superficie, por detrás de la Mezquita de La Meca, siendo superada posteriormente por la Mezquita Azul (Estambul, 1588). El muro de la qibla no fue orientado hacia La Meca, sino 51º grados hacia el sur; esto era habitual en las mezquitas de al-Ándalus.
En 1238, tras la Reconquista cristiana de la ciudad, se llevó a cabo su consagración como catedral de la diócesis con la Ordenación episcopal de su primer obispo, Lope de Fitero.6 El edificio alberga el cabildo catedralicio de la Diócesis de Córdoba, y por su carácter de templo católico y sede episcopal, está reservado al culto católico. En 1523, bajo la dirección de los arquitectos Hernán Ruiz, el Viejo y su hijo, se construyó su basílica cruciforme renacentista de estilo plateresco.
El palacio de la Aljafería (en árabe, قصر الجعفرية, tr. Qaṣr al-Jaʿfariyah, por derivación de uno de los nombres del rey que lo mandó construir, Abú Yaáfar al-Muqtádir) es un palacio fortificado construido en Zaragoza en la segunda mitad del siglo XI por iniciativa de al-Muqtadir como residencia de los reyes hudíes de Saraqusta. Este palacio de recreo (llamado entonces Qasr al-Surur o 'palacio de la Alegría') refleja el esplendor alcanzado por el reino taifa en el periodo de su máximo apogeo político y cultural.
Su importancia radica en que es el único testimonio conservado de un gran edificio de la arquitectura islámica hispana de la época de las taifas. De modo que, si se conserva un magnífico ejemplo del califato de Córdoba, su mezquita (siglo X), y otro del canto de cisne de la cultura islámica en al-Ándalus, del siglo XIV, la Alhambra de Granada, se debe incluir en la tríada de la arquitectura hispanomusulmana el palacio de la Aljafería de Zaragoza (siglo XI) como muestra de las realizaciones del arte taifa, época intermedia de reinos independientes anterior a la llegada de los almorávides. Los «restos mudéjares del palacio de la Aljafería» fueron declarados individualmente Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1986 como parte del conjunto «Arquitectura mudéjar de Aragón».
Las soluciones adoptadas en la ornamentación del palacio de la Aljafería, como la utilización de arcos mixtilíneos y de los salmeres en «S», la extensión del ataurique calado en grandes superficies o la esquematización y abstracción progresiva de las yeserías de carácter vegetal, influyeron decisivamente en el arte almorávide y almohade tanto del Magreb como de la península ibérica. Asimismo, la transición de la decoración hacia motivos más geométricos está en la base del arte nazarí.
Tras la reconquista de Zaragoza en 1118 por Alfonso I el Batallador pasó a ser residencia de los reyes cristianos de Aragón, con lo que la Aljafería se convirtió en el principal foco difusor del mudéjar aragonés. Fue utilizada como residencia regia por Pedro IV el Ceremonioso (1319-1387) y posteriormente, en la planta principal, se llevó a cabo la reforma que convirtió estas estancias en palacio de los Reyes Católicos en 1492. En 1593 experimentó otra reforma que la convertiría en fortaleza militar, primero según diseños renacentistas (que hoy se pueden observar en su entorno, foso y jardines) y más tarde como acuartelamiento de regimientos militares. Sufrió reformas continuas y grandes desperfectos, sobre todo con los Sitios de Zaragoza de la Guerra de la Independencia hasta que finalmente fue restaurada en la segunda mitad del siglo XX y actualmente acoge las Cortes de Aragón.
En su origen la construcción se hizo extramuros de la muralla romana, en el llano de la saría o lugar donde los musulmanes desarrollaban los alardes militares conocido como La Almozara. Con la expansión urbana a través de los años, el edificio ha quedado dentro de la ciudad. Se ha podido respetar a su alrededor un pequeño entorno ajardinado.
En el 914 el emir cordobés Abderramán III mandó construir una alcazaba con una muralla cuadrangular adherida a la antigua muralla romana de la urbe. La única puerta de acceso conocida a esta alcazaba se encontraba a la altura del número 16 del patio de Banderas y de la que se conserva la jamba norte de un arco. En el interior había algunas dependencias simples adosadas a los muros, como almacenes, caballerizas y cuarteles.
Tras la caída del califato, la dinastía abadí tomó el gobierno de la ciudad y realizó una prolija actividad constructiva. A mediados del siglo XI, la alcazaba se amplió hacia el sur, duplicando su superficie. Se creó una nueva entrada con un castillete de control, del cual se conserva una doble puerta de herradura en la actual calle Joaquín Romero Murube.7 En el interior, se construyeron una serie de pequeños edificios y probablemente hubo un edificio principal, palaciego, donde actualmente está el palacio Gótico. En la segunda mitad del siglo XI el rey Al-Mutamid amplió la fortaleza hacia el oeste y se construyeron algunos edificios palaciegos. Este fue el primitivo Alcázar de la Bendición (Al-Mubarak). De las dos alcazabas y del Alcázar de Al-Mutamid quedan algunos vestigios en las murallas.
En el siglo XII los almohades reformaron por completo todo este espacio. Crearon un sistema de murallas que unía el Alcázar con otras fortificaciones hasta el cauce del Guadalquivir. El Alcázar llegaba hasta la torre de Abd el Aziz, situada en la actual avenida de la Constitución. En el interior se construyeron una decena de edificios nuevos y de mayor tamaño. Las murallas del Alcázar pasaron, además, a ser parte de unas nuevas y reformadas fortificaciones para la defensa de la ciudad. Estas obras defensivas culminaron a comienzos del siglo XIII con la construcción de la torre del Oro.
Texto: wikipedia
Imagen:
El arte islámico se desarrolló en al-Ándalus (la España musulmana) entre los siglos VIII y XV. Dada la limitación religiosa (aniconismo islámico) que afecta a la escultura y la pintura (a pesar de la cual hay algunos ejemplos), su manifestación principal fue la arquitectura andalusí (hispanomusulmana o hispanomoresca); aunque las artes suntuarias (o artes decorativas o artes menores –cerámica andalusí, eboraria, orfebrería, textil–) tuvieron un extraordinario desarrollo.
La invasión musulmana del reino visigodo (711) significó, en el ámbito artístico y cultural, un cambio de orientación de los modelos, pero también un sincretismo del que la civilización árabe es característica; destacadamente, la reutilización de elementos de iglesias visigodas que se transformaron en mezquitas, lo que implicó la adopción y transformación del arco de herradura.
Hasta 1492, en que desaparece el reino nazarí de Granada, en al-Ándalus se mantuvieron unas condiciones culturales peculiares que le diferenciaron tanto del Islam oriental como del arte europeo. Pero, al mismo tiempo, esta singularidad geográfica y cultural constituyó uno de los factores que repercutieron decisivamente en el despertar de Europa tras los siglos de desunión y letargo que siguieron a la caída del Imperio Romano de Occidente y las invasiones bárbaras.
La conquista musulmana no supuso la extinción de las comunidades cristianas y judías. Unos huyeron al norte, donde formaron un reducto de oposición al nuevo poder instituido en Córdoba y, con el tiempo, constituirían el germen de la posteriormente llamada Reconquista; otros, los cristianos que permanecieron en territorio musulmán, pasaron a ser conocidos con el apelativo de mozárabes. Tanto esta minoría como la judía gozaron de la protección estatal, conformando comunidades numerosas en grandes ciudades como Mérida, Toledo, Valencia, Córdoba, Sevilla, Granada, Almería, Málaga, etc.
Desde el punto de vista artístico, el emirato andalusí emplea un estilo que no difiere en demasía del resto del Califato Omeya. Es decir, la adecuación de fórmulas y elementos de las culturas que les habían precedido, en este caso del mundo romano y visigodo. En ningún momento se produce una repetición literal de motivos y formas; al contrario, su inteligente incorporación y asimilación se traduce en una verdadera eclosión creadora, originándose el momento cúspide del arte califal. En él se funden elementos de la tradición local hispanorromano-visigótica con los elementos orientales, tanto bizantinos, como omeyas o abasíes.
Los edificios artísticos se centran, desde el primer momento, en torno a su capital, Córdoba, en la que se construyó una mezquita congregacional destinada a convertirse en el monumento más importante del occidente islámico. Destacan, entre otras, las obras llevadas a cabo durante el reinado de Abd al-Rahmán II, corte que acogió a numerosos artistas, modas y costumbres orientales; impulsó, entre otras, las construcciones del Alcázar de Mérida así como la del alminar de la iglesia de San Juan en Córdoba e hizo mejorar sus murallas y las de Sevilla. El califa Abderramán III, siguiendo la tradición oriental, (según la cual cada monarca, como signo de prestigio, debía poseer su propia residencia palaciega), decidió fundar la ciudad áulica de Medina Azahara (Medina al-Zahra).
En el resto del territorio peninsular también es patente el florecimiento artístico impulsado por el califato. Entre los de carácter religioso figuran las mezquitas, medersas o madrazas y mausoleos. En la ciudad de Toledo todavía se perciben restos de su fortificación, así como algunos vestigios que definen su alcazaba, medina, arrabales y entorno. De entre ellas destaca la pequeña mezquita del Cristo de la Luz o de Bab al-Mardum. Y obras tan significativas como la rábida de Guardamar del Segura (Alicante), el Castillo de Gormaz (Soria) o la Ciudad de Vascos (Toledo).
El refinamiento imperante en la corte califal propició la creación de toda clase de objetos decorativos que, bajo el patrocinio real, se tradujeron en las más variadas expresiones artísticas. Mención especial merecen los trabajos en marfil, entre los que se encuentran todo tipo de objetos de uso cotidiano minuciosamente tallados: botes y arquetas destinadas a guardar joyas, ungüentos y perfumes; almireces, pebeteros, ataifores, jarras y jofainas de cerámica vidriada etc. En el Museo Arqueológico Nacional, puede contemplarse el Bote de Zamora, destinado a la mujer de al-Hakam II o la arqueta de Leyre, que dan buena muestra de ello.
Los monarcas, igual que en Bagdad y El Cairo, crean su propia fábrica de tejidos o bandas, lo que da lugar al principio de la historia de la producción de tejidos en seda bordada en al-Ándalus. Los motivos vegetales y figurativos geometrizados se inscriben en medallones que forman bandas tal y como aparecen en el velo o almejí de Hisham II que, a modo de turbante, le cubría la cabeza y le colgaba hasta los brazos.
Asimismo existían los talleres en los que se trabajaba el bronce, tallado con figuras que representaban leones y ciervos con el cuerpo cubierto de círculos tangentes evocando tejidos y que se utilizaban como surtidores en las fuentes. Su paralelismo formal y estilístico con piezas de los fatimis ha conducido a la controversia acerca de la legitimidad de algunas de estas piezas.
La cerámica cuenta con tipos de producción conocida como verde y manganeso. Su decoración a base de motivos epigráficos, geométricos y una destacada presencia de motivos figurativos se consiguen mediante la aplicación del óxido de cobre (verde) y óxido de manganeso (morado).
La destrucción de la unidad política llevó a la abolición del califato cordobés en 1031 y a la creación de un mosaico de reinos independientes que fueron denominados taifas (de tawaifs, partidos, facciones). Las rivalidades entre ellos, reivindicando la herencia del prestigio y la autoridad del Califato, constituyeron la tónica dominante del período. Esta situación se tradujo en el terreno artístico en la emulación de modelos cordobeses.
En este contexto se inserta la arquitectura palatina patrocinada por cada uno de los monarcas. Uno de los mejores testimonios es, sin duda, la Aljafería de Zaragoza, emparentada tipológicamente con el palacio omeya de Msatta (Jordania). Cuenta con organización tripartita donde cada uno de los sectores estaba dedicado a funciones diferenciadas. El sector central, de uso protocolario, está dominado por un patio rectangular cuyos lados menores estaban ocupados por albercas, pórticos y estancias alargadas acotadas en los extremos por alcobas. Este esquema deriva, sin duda, de los modelos palatinos cordobeses. A esta misma tradición responde el repertorio de arcos desplegado en el edificio, entre los que encontramos desde arcos lobulados, mixtilíneos, de herradura semicircular y apuntada, a complejas organizaciones de arcos entrecruzados, superpuestos y contrapuestos. Todos ellos están realizados con materiales pobres, pero revestidos de yeserías con motivos vegetales, geométricos y epigráficos, buscando un efecto de fastuosidad y aparente riqueza.
Las viejas alcazabas de los distintos reinos también sufrieron importantes remodelaciones. En la de Málaga se añadió un doble recinto amurallado con torres cuadradas y un palacio al que corresponden los restos de los llamados Cuartos de Granada. La vieja alcazaba de Granada, conocida como qadima (antigua), situada en la colina del Albaicín, se fortificó con torres cuadradas y redondas y se le añadieron algunas puertas en recodo, como la puerta Monaita y la puerta Nueva. Asimismo, la ciudad conserva unos baños conocidos como El Bañuelo, en la carrera del Darro, organizados en tres estancias de las cuales la central o templada adquiere, por razones de uso, unas mayores dimensiones. Baños muy similares se conservan en Toledo, Baza y Palma de Mallorca. La alcazaba de Almería fue fortificada con muros de tapial, construyéndose en su interior un palacio, al-Sumadihiyya, rodeado de jardines. En los casos de Toledo y Sevilla, reinos que pujaron más fuertemente por la herencia cordobesa, se conservan deslumbrantes testimonios de las crónicas árabes sobre sus palacios, así como escasos fragmentos generalmente descontextualizados.
Al igual que la arquitectura, las artes suntuarias siguieron la tradición cordobesa aunque el protagonismo fue adquirido por otros centros. Así la producción de marfil se trasladó al taller de Cuenca mientras que el prestigio en los textiles fue adquirido por el taller de Almería. Por lo que respecta a la cerámica, se consolidó una técnica que había aparecido durante el califato pero que en estos momentos adquirió un gran desarrollo. Se trata de la cerámica de "cuerda seca" cuyas piezas se decoran con líneas de óxido de manganeso formando diferentes motivos que se rellenan con vidrio de diferentes colores y tamaños.
Las obras realizadas durante el reinado del monarca Yusuf ibn Tasufin, evidenciaban, todavía, la austeridad y falta de ornamentación impuestas por su fervor religioso. Rigor formal que no mantuvo su hijo Alí ibn Yusuf que, deslumbrado por el refinamiento cortesano de las taifas andalusíes, patrocinó la construcción de varios edificios decorados con los más bellos elementos.
El soporte preferido es el pilar, en sustitución de la columna. Adoptan el arco de herradura y lobulado, a los que añaden arcos de herradura o túmidos, lobulados trebolados, mixtilíneos y lambrequines formados, estos últimos, por pequeñas curvas, ángulos rectos y claves pinjantes. En relación al desarrollo de los arcos aplican, desde el salmer, un motivo en "S" denominado serpentiforme, ya utilizado anteriormente en la Aljafería de Zaragoza. El sistema de tejados preferido es a dos aguas, construyen techos de madera y alcanzan un gran desarrollo en el arte mudéjar, a la vez que realizan extraordinarias cubiertas cupuladas. Unas, representadas por la cúpula del mihrab de la mezquita de Tremecén, seguirán el modelo cordobés: arcos entrecruzados que dejan la clave libre si bien, en este caso, arrancan de trompas angulares de mocárabes y utilizan unos complementos de estuco calado decorados con exuberantes motivos florales. A partir de esta obra, en la que se documenta la introducción en el Magreb del mocárabe, aparecen otros tipos de cúpulas denominadas de mocárabes, como la que puede verse en la mezquita de Qarawiyyin en Fez.
Los trabajos artísticos continuaron vinculados a las tradiciones anteriores. El taller textil de Almería alcanzó su cenit realizando los famosos «attabi». Estos tejidos se caracterizan por la utilización de colores más suaves con toques de oro formando círculos dobles, tangentes o enlazados, dispuestos en filas, en cuyo interior se bordan parejas de animales. La similitud con los tejidos sicilianos permite que se confundan ambos talleres. Un problema similar plantean los marfiles, que contienen inscripciones ambiguas que no acaban de aclarar a cuál de los dos talleres pertenecen. La cerámica, por su parte, continúa desarrollando la técnica de "cuerda seca parcial" o "total" dependiendo de que la decoración cubra toda la superficie o parte de ella. Al mismo tiempo aparecen dos nuevas técnicas aplicadas a la cerámica no vidriada: el esgrafiado y el estampillado, que se generalizarán en la época almohade.
El retorno a la austeridad más extrema condujo, incluso de forma más rápida que en el caso de sus predecesores, los almorávides, a uno de los momentos artísticos de mayor esplendor (ver arte almorávide), de manera particular en lo que atañe a la arquitectura. El arte almohade continuó la estela almorávide consolidando y profundizando en sus tipologías y motivos ornamentales. Construían con los mismos materiales: azulejos, yeso, argamasa y madera. Y mantuvieron, como soporte, los pilares y los arcos utilizados en el período anterior.
Sus mezquitas siguieron el modelo de la mezquita de Tremecén, con naves perpendiculares al muro de la quibla. En ellas se potenció un esquema en "I" mediante la utilización de cúpulas que son de mocárabes en la mezquita de Tinmal y en la de Kutubiyya de Marrakech. Se caracterizan por su planta cuadrada y su altura compuesta por dos torres, una de ellas alberga otra y, entre ambas, discurre una escalera o rampa, como en el caso de la Giralda de Sevilla. La torre interior está formada por estancias abovedadas y superpuestas que tendrán su repercusión posterior en las construcciones de otras torres-campanario mudéjares, especialmente en las edificadas en Aragón.
La arquitectura palaciega introduce los patios cruzados que ya habían hecho su aparición en Medina al-Zahra, pero que es, en estos momentos, cuando adquieren su mayor protagonismo. Su mejor testimonio se halla representado en el Alcázar de Sevilla, en el que se ha conservado el patio de la Casa de Contratación y otro, actualmente subterráneo, conocido como el Jardín Cruzado o Baños de doña María Padilla. Este esquema será aplicado, asimismo, en los patios nazarís y mudéjares. Otra novedad aparece en el Patio del Yeso del Alcázar de Sevilla, y tendrá una gran repercusión. Consiste en la colocación de pequeñas aberturas o ventanas cubiertas con celosías de estuco que dan acceso a una estancia y que permiten, de este modo, su iluminación y ventilación.
La arquitectura militar experimenta un enriquecimiento tipológico y se perfecciona su eficacia defensiva que tendrá gran trascendencia, incluso para el ámbito cristiano. Aparecen complejas puertas con recodos a fin de que los atacantes, al avanzar, dejen uno de sus flancos al descubierto; torres poligonales para desviar el ángulo de tiro; torres albarranas separadas del recinto amurallado pero unidas a él por la parte superior mediante un arco, lo cual permite aumentar su eficacia defensiva respecto a una torre normal, como la Torre de Espantaperros de Badajoz o la Torre del Oro de Sevilla; muros reforzados que discurren perpendiculares al recinto amurallado con objeto de proteger una toma de agua, una puerta, o evitar el cerco completo; barbacanas o antemuros y parapetos almenados.
En el terreno decorativo aplicaron un repertorio caracterizado por la sobriedad, el orden y el racionalismo, lo que se traduce en la aparición de motivos amplios que dejan espacios libres en los que triunfan los entrelazados geométricos, las formas vegetales lisas y lo más novedoso: la sebqa. Otra decoración arquitectónica que aparece en este alminar y en la mezquita de Kutubiyya, es la cerámica, en la que se aplica la técnica del alicatado; es decir piezas recortadas que, combinadas entre sí, componen un motivo decorativo. En otras ocasiones estas manifestaciones artísticas unen el carácter ornamental con el funcional.
Las obras de arte de esta época están peor representadas a causa de la confusión existente entre los diferentes períodos artísticos. Es lo que ocurre, por ejemplo, con los tejidos, que no se distinguen fácilmente de los mudéjares: acusan una práctica ausencia de motivos figurativos en tanto que aumenta la decoración geométrica y epigráfica a base de la repetición insistente de palabras árabes como "bendición" y "felicidad". En cuanto elementos metálicos, destacan los aguamaniles que representan figuras de animales decoradas con incisiones vegetales cinceladas.
El arte nazarí es un estilo surgido en la época tardía de al-Ándalus en el reino nazarí de Granada. Los dos paradigmas del mismo lo constituyen los palacios de la Alhambra y el Generalife.
La arquitectura militar desarrolla los mismos sistemas generados en la época anterior, dotándola de una mayor complejidad. La arquitectura palaciega emplea dos tipos de organización de patios: uno el patio monoaxial, patio de los Arrayanes o de la Alberca, y otro, el patio cruzado, patio de los Leones. Las estancias vinculadas a ellos responden, nuevamente, a dos tipologías: una alargada en cuyos extremos están las alcobas, y otra cuadrada rodeada por las habitaciones, por ejemplo, la Sala de la Barca y la Sala de las Dos Hermanas. Los escasos vestigios de arquitectura religiosa permiten pensar en mezquitas que siguen el modelo almohade, con naves perpendiculares al muro de la «qibla». Quizá la única novedad destacable provenga del hecho de la utilización de columnas de mármol cuando el edificio es de cierta relevancia.
En cuanto al repertorio ornamental utilizan una profusión decorativa que enmascara la pobreza de los materiales, emplean desde zócalos alicatados y yeserías de estuco, a decoración pintada como la que se conserva en la bóveda de la Sala de los Reyes. Es característica la columna de fuste cilíndrico y el capitel de dos cuerpos, uno cilíndrico decorado con bandas y otro cúbico con ataurique. Los arcos preferidos son los de medio punto peraltado y angrelados. Las techumbres de madera alternan con bóvedas mocárabes realizadas con estuco como los de la Sala de las Dos Hermanas o la de los Abencerrajes. Asimismo, a los motivos ornamentales habituales (geométricos, vegetales y epigráficos), se une el escudo nazarí que será generalizado por Mohamed V.
En las artes suntuarias destacan las cerámicas de reflejos metálicos y los tejidos de seda a los que pueden añadirse los bronces, las taraceas y las armas. La cerámica de lujo, conocida como de "reflejo metálico" o "losa dorada" se caracteriza por someter, la última cocción, a fuego muy bajo "de oxígeno" y menor temperatura. Con este procedimiento la mezcla de sulfuro de oro y cobre empleada en la decoración llega a la oxidación reduciendo el brillo metalizado. Era frecuente, también, añadir óxido de cobalto con lo que se conseguían unos tonos azules y dorados. Los tejidos se caracterizaban por su intenso colorido así como por los motivos, idénticos a los empleados en la decoración arquitectónica.
El arte mudéjar tuvo lugar entre el siglo XII y el siglo XVI, y fue un fenómeno autóctono y exclusivamente hispánico, realizado por los mudéjares, cristianos y moriscos. Básicamente, es un estilo para cristianos pero que incorpora influencias, elementos o materiales de estilo hispanomusulmán.
En este arte influyó la situación fronteriza en continuo movimiento. El estilo gótico estaba asentado en el norte de la península y, a medida que avanzaba la reconquista, iba progresivamente condicionando el mudéjar. La posterior conquista de al-Ándalus conlleva un mudéjar más joven y con influencias directas de la arquitectura tradicional. El alarife, en su faceta de albañil especializado, utilizaba materiales simples como azulejos, yeso, escayola, mampostería, madera etc., como materia prima básica para crear una obra cargada de imaginación.1 Como maestro de obras y «experto» en todo tipo de construcciones, y sin competencia entre sus pares cristianos, el alarife descendió en la jerarquía arquitectónica pero continuó siendo indispensable en la obras de iglesias, sinagogas, fortificaciones, palacios, fuentes, etc.
La Alhambra se levantó sobre la colina de la Sabika, uno de los puntos más elevados de la ciudad de Granada. Este emplazamiento buscaba una situación estratégica defensiva y a la vez transmitir un claro símbolo, donde la cima del poder es muy perceptible para el resto de la ciudad, una ubicación escogida para ser contemplada.
La colina de la Sabika ya era un espacio ocupado con anterioridad, al menos desde tiempo de los romanos y las primeras referencias escritas de un emplazamiento militar en la zona datan del año 666. Así se tiene constancia de los núcleos de Iliberis (Elvira), en el Albaicín y Alcazaba, Castilia, cerca del actual pueblo de Atarfe, y Garnata en la colina frente a la Alcazaba como un barrio de Iliberis en la comarca y en el 756 los núcleos de El Albaicín y La Alhambra. La extensión de la colina permite albergar el complejo ocupando este unos 740 m de longitud y entre 180 m y 40 m de anchura.
A partir de la muerte de Alhakén II, tercer califa Omeya, en 976, la historia política del califato Omeya se convirtió en un cúmulo de reveses. La reconquista cristiana pasó a ser el impulso dominante dentro de la península. En este contexto, la transformación de Gharnata de pequeña población en ciudad de cierta importancia ocurrió a principios del siglo XI, cuando la dinastía bereber de los Ziríes formó un principado semiindependiente. Bajo los tres gobernantes Habus, Badis y Abdallah (1025-1090) la ciudad aumentó en población.
Los edificios estaban concentrados en la colina de la Alcazaba y en su entorno inmediato. Para la formación de la Alhambra el acontecimiento más importante es la construcción por el visir Yusuf ibn Nagrela de una fortaleza-palacio en la colina de la Sabika. Un poema de Ibn Gabirol parece indicar que los leones de la fuente de los Leones se hallaban originariamente en el palacio de este visir judío. Puede que haya habido otras construcciones puramente militares en la colina de la Alhambra durante el período zirí, pero es difícil distinguirlas con precisión.
El año 1238 señaló un segundo momento crucial. Muhammad ibn Nasr tomó la ciudad. La paradoja de la Granada nazarí consiste en el hecho de que un poder político y militar decadente, moribundo en realidad, coincidiera con una cultura original y sorprendentemente rica. La Alhambra se creó en un mundo políticamente inestable y económicamente próspero. Así, Muhammad aceptó una relación de vasallaje con la corona de Castilla, y así entró por la Puerta de Elvira para ocupar el palacio del Gallo del Viento (la antigua Alhambra), Mohamed-Ben-Nazar (o Nasr), llamado Al-Hamar el Rojo por el color de su barba.
Ben-Al-Hamar construyó el primer núcleo del palacio, fortificándolo posteriormente su hijo Mohamed II. Con toda probabilidad las murallas exteriores y el acueducto se completaron al final del siglo XIII. Los jardines y pabellones del Generalife datan al parecer del reinado de Isma'il (1314-1325). Pero los emplazamientos más importantes de la Alhambra (el complejo del patio de los Arrayanes y el de los Leones) pertenecen a la época de Yusuf I (1333-1354) y Muhammed V, este estilo granadino es la culminación del arte andalusí. Tras tres siglos de actividad, quedan bien diferenciados los tres sectores en la Alhambra: la alcazaba, el entramado urbano y los palacios.7
En 1492, finalizó la conquista de Granada por los Reyes Católicos. Hernando del Pulgar, cronista de la época, cuenta: "El conde de Tendilla y el Comendador Mayor de León, Gutierre de Cárdenas, recibieron de Fernando el Católico las llaves de Granada, entraron en la Alhambra y encima de la Torre de Comares alzaron la cruz y la bandera". La Alhambra pasa así a ser ciudadela y palacio real de los reyes cristianos y el complejo continúa su desarrollo, se añade el convento de San Francisco en 1494, el palacio de Carlos V en 1527 o la iglesia de Santa María de la Encarnación de la Alhambra en 1581.
Medina Azahara, castellanización del nombre en árabe, مدينة الزهراء Madīnat al-Zahrā ("la Ciudad Brillante"), fue una ciudad palatina o áulica que mandó edificar el primer califa de Córdoba, Abderramán III, a unos 8 km en las afueras de Córdoba en dirección noroeste, a los pies de Sierra Morena.
Los principales motivos de su construcción son de índole político-ideológica: la dignidad de califa exige la fundación de una nueva ciudad, símbolo de su poder, a imitación de otros califatos orientales y sobre todo, para mostrar su superioridad sobre sus grandes enemigos, el recién instaurado Califato fatimí de Ifriqiya, la zona norte del continente africano. Además de oponentes políticos, lo eran también en lo religioso, ya que los fatimíes, chiíes, eran enemigos de los omeyas, mayoritariamente de la rama islámica suní.
Madīnat al-Zahrā fue mandada construir por el primer califa de Al-Ándalus, Abd al-Rahman al-Násir (891–961) —o Abderramán III— como parte del programa político, económico e ideológico puesto en marcha tras la instauración del califato. Se dice que su fundación está relacionada con una favorita del califa que tendría por nombre al-Zahrá (Azahara) pero los principales motivos de su construcción son más bien de índole política-ideológica: la dignidad de califa exige la fundación de una nueva ciudad símbolo de su poder a imitación de otros califatos orientales y además para mostrar su superioridad sobre sus grandes enemigos, los fatimíes de Ifriqiyya, la zona norte del continente africano.
La mezquita-catedral de Córdoba, Santa María Madre de Dios» o «Gran mezquita de Córdoba», actualmente conocida como la Catedral de la Asunción de Nuestra Señora de forma eclesiástica, es un edificio de la ciudad de Córdoba, España. En 2019 superó los dos millones de visitantes, siendo su récord histórico y convirtiéndolo en uno de los monumentos más visitados de España.
Se empezó a construir como mezquita en el año 784; hasta hace poco se creía que tras la apropiación por los conquistadores musulmanes de la basílica hispanorromana de San Vicente Mártir y la reutilización de parte de los materiales, quedando reservada al culto musulmán, pero los estudios arqueológicos más recientes descartan esta hipótesis. El edificio fue objeto de ampliaciones durante el Emirato de Córdoba y el Califato de Córdoba. Con 23 400 metros cuadrados, fue la segunda mezquita más grande del mundo en superficie, por detrás de la Mezquita de La Meca, siendo superada posteriormente por la Mezquita Azul (Estambul, 1588). El muro de la qibla no fue orientado hacia La Meca, sino 51º grados hacia el sur; esto era habitual en las mezquitas de al-Ándalus.
En 1238, tras la Reconquista cristiana de la ciudad, se llevó a cabo su consagración como catedral de la diócesis con la Ordenación episcopal de su primer obispo, Lope de Fitero.6 El edificio alberga el cabildo catedralicio de la Diócesis de Córdoba, y por su carácter de templo católico y sede episcopal, está reservado al culto católico. En 1523, bajo la dirección de los arquitectos Hernán Ruiz, el Viejo y su hijo, se construyó su basílica cruciforme renacentista de estilo plateresco.
El palacio de la Aljafería (en árabe, قصر الجعفرية, tr. Qaṣr al-Jaʿfariyah, por derivación de uno de los nombres del rey que lo mandó construir, Abú Yaáfar al-Muqtádir) es un palacio fortificado construido en Zaragoza en la segunda mitad del siglo XI por iniciativa de al-Muqtadir como residencia de los reyes hudíes de Saraqusta. Este palacio de recreo (llamado entonces Qasr al-Surur o 'palacio de la Alegría') refleja el esplendor alcanzado por el reino taifa en el periodo de su máximo apogeo político y cultural.
Su importancia radica en que es el único testimonio conservado de un gran edificio de la arquitectura islámica hispana de la época de las taifas. De modo que, si se conserva un magnífico ejemplo del califato de Córdoba, su mezquita (siglo X), y otro del canto de cisne de la cultura islámica en al-Ándalus, del siglo XIV, la Alhambra de Granada, se debe incluir en la tríada de la arquitectura hispanomusulmana el palacio de la Aljafería de Zaragoza (siglo XI) como muestra de las realizaciones del arte taifa, época intermedia de reinos independientes anterior a la llegada de los almorávides. Los «restos mudéjares del palacio de la Aljafería» fueron declarados individualmente Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1986 como parte del conjunto «Arquitectura mudéjar de Aragón».
Las soluciones adoptadas en la ornamentación del palacio de la Aljafería, como la utilización de arcos mixtilíneos y de los salmeres en «S», la extensión del ataurique calado en grandes superficies o la esquematización y abstracción progresiva de las yeserías de carácter vegetal, influyeron decisivamente en el arte almorávide y almohade tanto del Magreb como de la península ibérica. Asimismo, la transición de la decoración hacia motivos más geométricos está en la base del arte nazarí.
Tras la reconquista de Zaragoza en 1118 por Alfonso I el Batallador pasó a ser residencia de los reyes cristianos de Aragón, con lo que la Aljafería se convirtió en el principal foco difusor del mudéjar aragonés. Fue utilizada como residencia regia por Pedro IV el Ceremonioso (1319-1387) y posteriormente, en la planta principal, se llevó a cabo la reforma que convirtió estas estancias en palacio de los Reyes Católicos en 1492. En 1593 experimentó otra reforma que la convertiría en fortaleza militar, primero según diseños renacentistas (que hoy se pueden observar en su entorno, foso y jardines) y más tarde como acuartelamiento de regimientos militares. Sufrió reformas continuas y grandes desperfectos, sobre todo con los Sitios de Zaragoza de la Guerra de la Independencia hasta que finalmente fue restaurada en la segunda mitad del siglo XX y actualmente acoge las Cortes de Aragón.
En su origen la construcción se hizo extramuros de la muralla romana, en el llano de la saría o lugar donde los musulmanes desarrollaban los alardes militares conocido como La Almozara. Con la expansión urbana a través de los años, el edificio ha quedado dentro de la ciudad. Se ha podido respetar a su alrededor un pequeño entorno ajardinado.
En el 914 el emir cordobés Abderramán III mandó construir una alcazaba con una muralla cuadrangular adherida a la antigua muralla romana de la urbe. La única puerta de acceso conocida a esta alcazaba se encontraba a la altura del número 16 del patio de Banderas y de la que se conserva la jamba norte de un arco. En el interior había algunas dependencias simples adosadas a los muros, como almacenes, caballerizas y cuarteles.
Tras la caída del califato, la dinastía abadí tomó el gobierno de la ciudad y realizó una prolija actividad constructiva. A mediados del siglo XI, la alcazaba se amplió hacia el sur, duplicando su superficie. Se creó una nueva entrada con un castillete de control, del cual se conserva una doble puerta de herradura en la actual calle Joaquín Romero Murube.7 En el interior, se construyeron una serie de pequeños edificios y probablemente hubo un edificio principal, palaciego, donde actualmente está el palacio Gótico. En la segunda mitad del siglo XI el rey Al-Mutamid amplió la fortaleza hacia el oeste y se construyeron algunos edificios palaciegos. Este fue el primitivo Alcázar de la Bendición (Al-Mubarak). De las dos alcazabas y del Alcázar de Al-Mutamid quedan algunos vestigios en las murallas.
En el siglo XII los almohades reformaron por completo todo este espacio. Crearon un sistema de murallas que unía el Alcázar con otras fortificaciones hasta el cauce del Guadalquivir. El Alcázar llegaba hasta la torre de Abd el Aziz, situada en la actual avenida de la Constitución. En el interior se construyeron una decena de edificios nuevos y de mayor tamaño. Las murallas del Alcázar pasaron, además, a ser parte de unas nuevas y reformadas fortificaciones para la defensa de la ciudad. Estas obras defensivas culminaron a comienzos del siglo XIII con la construcción de la torre del Oro.
Texto: wikipedia
Imagen:
Contingut exclusiu per a membres de
Mira un ejemplo de lo que te pierdes
Categories:
Vols comentar? Registra't o inicia sessió
Si ya eres usuario, Inicia sesión
Afegir a Didactalia Arrastra el botón a la barra de marcadores del navegador y comparte tus contenidos preferidos. Más info...
Comentar
0