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Friedrich Wilhem Nietzsche fue el principal representante del Vitalismo filosófico. Nació el 15 de Octubre de 1844 en Röcken (Turingia prusiana). A los 24 años es profesor de filología clásica en Basilea. Comienza su amistad con Wagner. De esta época son sus obras, El origen de la tragedia en el espíritu de la música y Humano demasiado humano (1872).
En 1889 se produce su derrumbamiento psíquico. Pasa a la clínica de Basilea y de allí, su madre lo traslada a la clínica psiquiátrica de Jena. Su hermana Elisabeth comienza a disponer de sus cosas mientras Nietzsche se hace famoso. A la muerte de la madre, Elisabeth se establece con Nietzsche junto al archivo Nietzsche en Weimar
El 25 de Agosto de 1900 se produce su fallecimiento.
Nietzsche comenzó en la filosofía guiado por los antiguos griegos, Schopenhauer y respirando la atmósfera romántica que le sugería Wagner.
Schopenhauer es el principal precursor del vitalismo nietzscheano al reinterpretar la epistemología kantiana, haciendo del fenómeno, de lo que aparece, una mera ilusión tras la que se oculta la voluntad infinita y ciega, la fuerza, una tendencia o impulso universal, la voluntad universal.
Con El nacimiento de la tragedia - su primera obra - quería destruir la tradicional imagen ilusoria de la cultura helénica, modelo de armonía y serenidad, de perfección y proporción racional. El verdadero suelo cultural de lo griego es, según Nietzsche, el de Dionisos, dios sufridor y de la vida glorificada. A través de su figura nos ofrece una nueva modalidad en el pensar, una filosofía que se oculta tras la estética o una estética que se carga de filosofía.
Es la metafísica del artista, la ontología que da cuenta de la belleza de lo fenoménico, de la necesidad que el ser tiene de la apariencia y del destino trágico de la vida humana. Aquí las ideas se proponen como adivinaciones, los símbolos artísticos se llenan de sentido filosófico. Tal es el caso de lo apolíneo y lo dionisiaco, dos estilos estéticos que utilizaban los griegos en la tragedia y que condensan una visión del mundo superadora del pesimismo. De la mano del dios de la luz y de la razón, Apolo, aceptaban las simetrías y perfecciones del mundo. De la mano de Dionisos, dios del frenesí y del éxtasis, de lo informe y caótico, expresado en la tragedia, comprendían los horrores y enigmas de la existencia. La contemplación de Dionisos les producía el mismo placer que las formas simétricas de Apolo. Los griegos superaron así el pesimismo, al aceptar el devenir dionisiaco, al afirmar el lado oscuro de la existencia, al buscar una salvación a través del arte.
El rechazo de Dionisos se inicia en la cultura griega con Sócrates, y en su figura cifró Nietzsche los signos filosóficos de la decadencia de Occidente: el socratismo es la búsqueda de la claridad ilustrada y el olvido de la tiniebla dionisíaca, la mitificación del valor de lo racional y el empobrecimiento de lo vital - instintivo-, la exaltación, en fin, del hombre teórico.
En la persona de Sócrates practicó Nietzsche por vez primera el arte de la sospecha. Este método es la genealogía, que rastrea el pasado en el presente para desvelar su engaño. Su material son las producciones ideológicas de la civilización en la historia, metafísica, moral, religión etc. A través de ellas la genealogía descubre las fuerzas naturales e instintivas que operan en las representaciones y sentimientos del psiquismo humano, reconoce su acción subterránea en las floraciones excelsas de la metafísica y la moral. ¿Qué se esconde en el alma de las naturalezas compasivas siempre dispuestas a socorrer al otro en sus desgracias, nunca preparadas para compartir sus goces? La persona compasiva no tiene en la dicha ocasión de mostrar su poder, se siente superfluo; la afirmación de poder es el móvil descarnado de la compasión. Nietzsche sospecha que a Sócrates le estaba vedado el entusiasmo artístico, su sensatez veía peligrosa la tragedia, su naturaleza sólo sabía poner obstáculos al instinto. La naturaleza y la debilidad de Sócrates forzaron su destino como crítico y dialéctico. Sócrates comprendió el arte desde la teoría, Nietzsche propone la comprensión de la teoría y la ciencia desde el arte.
El amor a la verdad es trocado por la necesidad de la ilusión vital. Ésta es la finalidad de su breve obra Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral. La obra incide en la crítica al intelectualismo y rechaza el conciencialismo, sobrevalorador del papel de la vigilia en la conciencia humana. Comienza con esta fábula:
“En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que los animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la Historia Universal, pero a fin de cuentas sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer”.
Nietzsche quería dar una idea de lo caduco y estéril que es el intelecto o inteligencia humana dentro de la naturaleza. Durante eternidades no existió, y cuando de nuevo se acabe todo no habrá sucedido nada, puesto que para ese intelecto no hay ninguna misión más allá de la vida humana. El ser humano es sólo eso, humano, pero tiende a engañarse y piensa que todo el mundo gira alrededor de él mismo. Ese orgullo ligado al conocimiento es la causa del engaño acerca de su propia existencia al sobrevalorar su ciencia o conocimiento mismo.
La verdad no es una correspondencia o reflejo de la realidad o del mundo que nos rodea, sino un conjunto de figuras retóricas, metáforas, metonimias y antropomorfismos que representan un acuerdo arbitrario entre los seres humanos para designar la relación entre una realidad exterior y el impacto que nos produce. Son las medidas o los mapas que nos fabricamos para conocer el mundo. La verdad es una mera ilusión. Éste es el sentido del siguiente texto de la misma obra:
“¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas sino como metal”
El intelecto descansa en un fondo biológico inconsciente e instintivo al que sirve. La conciencia es sólo la superficie de lo humano. La superficialidad y el engaño son las formas usuales del actuar consciente. Esta inversión nietzscheana preludia a Freud.
Desenmascarada la ilusión del conocimiento intelectual, Nietzsche concede a la vida mental consciente el mismo rango cognitivo que a las actividades irracionales, consideradas banales por la razón. La experiencia artística, similar a la onírica, no aporta un grado menor de ser que la vigilia racional, pues el arte y el sueño constituyen la apariencia de la apariencia, crean realidad y sumergen al hombre en la ilusión
El ataque al idealismo, - que comienza en la filosofía de Sócrates y Platón -, por el que ha errado milenariamente la cultura occidental en metafísica, moral y religión, se inicia con frialdad positiva en Humano, continúa en Aurora y la Gaya ciencia. La sospecha psicológica que busca el móvil inconfesado en las grandes teorizaciones ideológicas es su principal arma crítica.
En Así habló Zaratustra, Nietzsche sintetiza este ataque cuando ya tiene perfilada su propia opción vitalista. El derribo y transmutación del idealismo, que es el trabajo del nihilismo, se expresa en la metáfora de la muerte de Dios, tema central de la primera parte de esta obra. La muerte de Dios es la constatación de un camino recorrido por el pensamiento occidental. Por su medio, se puede señalar la historia de la alienación del ser humano en lo transmundano, diagnosticar la enfermedad debilitadora del hombre y de la cultura europea: el nihilismo.
El pensamiento filosófico occidental, tras las grandiosas concepciones socráticas sucumbió a la tentación platónica de ver y valorar el mundo. La mirada metafísica de Platón califica negativamente el mundo sensible al postular como característica del ser auténtico, de la idea, la quietud, la inmovilidad, la estabilidad, al separar el ser del tiempo. Esto conlleva la distinción entre un mundo apariencial, pasajero y engañoso, y un trasmundo eterno, verdadero y bueno. El hombre sabio y bueno debe mirar sólo a lo ideal, sintiendo su alma cautiva de un cuerpo sensible que sólo merece desprecio. La ontología platónica oculta una axiología (ciencia de los valores), cuyos supuestos son la negación, la huida de este mundo, el rechazo de lo instintivo y vital. El dios judeocristiano sintetizó toda esa idealidad transcendente, todo lo alto y sublime fue predicado de Dios, lo bajo y enfermo del hombre. A éste se le exigía la renuncia a la tierra, el resentimiento contra la vida, la servidumbre. Así Dios enajenó lo mejor del hombre, se constituyó en el "vampiro de su vida". Esta práctica existencial de la debilidad ha culminado en el mal crónico del hombre y la cultura moderna: el nihilismo, la enfermedad de la falta de valor, incapaz de producciones culturales que sirvan al instinto, la fuerza y la vida.
La muerte de Dios supone una purificación de las fuerzas dormidas del hombre, revitalizadas ante su cadáver. Purificado el hombre por el nihilismo urge después de la transmutación del idealismo, la nueva inversión de los valores y de la forma misma de valorar. Así han de entenderse las tres metamorfosis propuestas en Zaratustra, el camello, que, obediente, se inclina ante la ley de Dios, actuando siempre por deber y respetando su pesada carga, deja paso al león que dice no a la moral objetiva y rompe con sus fuerzas las ataduras de la ley. Él a su vez, se transmuta en el yo creador, que como un niño, afirma la vida como un juego. La muerte de Dios deja paso a una concepción lúdica de la existencia, inaugura un nuevo modelo de hombre.
Muerto Dios, Nietzsche quiere restituir al mundo y al hombre el señorío sobre el tiempo, sobre la existencia. El tiempo es la duración circular en la que orbita el universo eterno. A esta nueva perspectiva la llama Nietzsche el eterno retorno, el anillo de los anillos, el Gran Mediodía, la nueva Aurora de la humanidad que da al acontecer mundano el valor máximo y a la tierra caracteres divinos. La muerte de Dios supone el hundimiento de la cultura occidental sostenida en el otro mundo; es en el mundo, en lo finito, donde hay que buscar la energía de la creación, la voluntad de poder; pero si el mundo no es lo infinito, sino lo finito, la eternidad sólo puede ser pensada como eterno retorno, al modo de los presocráticos. Es inútil buscar una conceptualización precisa del eterno retorno, es más bien el fondo insondable y misterioso del universo, del devenir, donde todo es posible, que origina y envuelve todo lo real. Con él Dios ya no es necesario. El eterno retorno es para el hombre superior un motivo de gozo cósmico y profundo en la estructura del tiempo. Vivamos de modo tal que queramos repetir este instante eternamente, hagamos de nuestra vida la obra de arte de nuestra voluntad libre, no una existencia vulgar y mezquina.
La voluntad de poder designa tanto la fuerza creadora del universo como el despliegue del hombre total, del hombre cósmico. La voluntad de poder es la energía creadora de la tierra y sus habitantes. Es el dinamismo de la naturaleza, del conocimiento, de la dominación política, del arte.
¿Y qué consecuencias cabe extraer de esta nueva perspectiva para las metas humanas? Nietzsche va a proponer llevar al hombre más allá de sí mismo.
La desmesura trágica y dionisíaca impregna los anhelos nietzscheanos para con el hombre varón. "El hombre debe ser educado para la guerra, y la mujer para el descanso del guerrero. Todo lo demás es locura" (Más allá del bien y del mal). La reflexión antropológica de Nietzsche oscila, pero siempre mantiene la distinción entre hombres vulgares y grandes hombres. En Humano, demasiado humano, los hombres distinguidos son llamados espíritus libres. Son varones descomprometidos, ágiles para adoptar nuevas perspectivas o acciones. Son una especie contraria a los librepensadores, es decir, opuesta a los ilustrados del siglo XVIII empeñados en su lucha contra el régimen señorial y en pos del igualitarismo. Con el tiempo esta propuesta de los espíritus libres le parece insuficiente. Nietzsche echa de menos en su época los héroes del pasado, Alcibíades, Julio César, Cesar Borgia o Napoleón. Nietzsche propone el "Superhombre", como renovación contra la decadencia de Occidente. El hombre moderno es el ocaso de dos mil años de cultura enfermiza, es el fin del período platónico - cristiano que muere con su Dios agonizante. La muerte de Dios ya ha empezado, pero todavía es tarea del superhombre consumarla activamente y levantarse sobre su cadáver caliente en actitud de héroe tras tantos siglos de domesticación.
Hay que pasar de la moral de los esclavos, a la moral de los señores. Sólo aquellos hombres que no creen en la finalidad de la historia ni en la moral de la igualdad, y demás valores transmundanos, andan ligeros de equipaje para dar paso al Superhombre.
El superhombre no es la pérdida de sentido, sino la afirmación del sentido de la tierra, del eterno retorno, es la victoria sobre la escisión entre el alma y el cuerpo; ambos irán ahora unidos en la afirmación de los impulsos vitales, de la voluntad de poder. Es una mutación cultural, no genética, que hace del individuo su propio creador.
El superhombre sustituye los valores cristianos muertos por sus contrarios, la humildad por el orgullo, la mansedumbre por la fiereza, el amor al prójimo por el egoísmo, la igualdad por la diferencia... para lograr sus objetivos, es necesario que los hombres superiores declaren la guerra a la masa, gracias a la voluntad de poder y se sirvan de ella mediante la astucia y la fuerza. La humanidad debe estar presidida por el descollar de esta nueva aristocracia más allá de las trabas morales y jurídicas.
La influencia ejercida por Nietzsche en el siglo XX, ha sido inmensa dando origen a tendencias incluso opuestas. Podemos decir que su pensamiento sigue teniendo una gran actualidad.
Su crítica despiadada al conciencialismo y al dogmatismo racionalista, ha tenido gran influencia en la aparición del psicoanálisis freudiano, que afirma el hecho de que la conciencia no es más que la superficie de nuestro mundo interior, siendo la superficialidad y el engaño las formas usuales del actuar consciente. El ser humano es un campo de batalla de fuerzas, pulsiones inconscientes, que llevan al ser humano e incluso a la sociedad a un malestar, y a una existencia alienada.
La exaltación nietzscheana del las fuerzas irracionales de la existencia, y el nihilismo, ha dado paso a una de las corrientes filosóficas más representativas en el siglo XX, la corriente existencialista: Jaspers, Heidegger, y especialmente Sartre son sus deudores. Desde el punto de vista de la filosofía política, la ambigüedad del discurso nietzscheano ha permitido que libertarios y nazis quieran apropiarse de su doctrina cada uno por su lado. Los nazis como buscadores del “superhombre” relacionaron su pensamiento con Spengler y Rosenberg. Los libertarios han realizado una lectura nihilista inspirándose en la transmutación de los valores para alcanzar una sociedad libre. Para algunos neomarxistas como Horkheimer, el vitalismo de Nietzsche supone una legítima protesta contra la rigidez de un racionalismo vacío y uniformador del individuo característico de las formas capitalistas de vida.
Es importante también su influencia en el relativismo lingüístico de Benjamín Lee Whorf, en la actual filosofía del lenguaje e incluso en la teoría de la ciencia.
Por último hay que señalar la influencia nietzscheana en la literatura y filosofía española contemporánea. Pío Baroja en El árbol de la ciencia; Ortega y Gasset, en Verdad y Perspectiva, de su época perspectivista y en su época vitalista. María Zambrano, por su parte, influida por varias obras de Nietzsche, como Así habló Zaratustra y Aurora, ha criticado y transformado los conceptos de nihilismo y de muerte de Dios, en un sentido positivo como “la última aparición de lo sagrado”.
Texto: Paloma Sánchez en Wikillerato
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Friedrich Wilhem Nietzsche fue el principal representante del Vitalismo filosófico. Nació el 15 de Octubre de 1844 en Röcken (Turingia prusiana). A los 24 años es profesor de filología clásica en Basilea. Comienza su amistad con Wagner. De esta época son sus obras, El origen de la tragedia en el espíritu de la música y Humano demasiado humano (1872).
En 1889 se produce su derrumbamiento psíquico. Pasa a la clínica de Basilea y de allí, su madre lo traslada a la clínica psiquiátrica de Jena. Su hermana Elisabeth comienza a disponer de sus cosas mientras Nietzsche se hace famoso. A la muerte de la madre, Elisabeth se establece con Nietzsche junto al archivo Nietzsche en Weimar
El 25 de Agosto de 1900 se produce su fallecimiento.
Nietzsche comenzó en la filosofía guiado por los antiguos griegos, Schopenhauer y respirando la atmósfera romántica que le sugería Wagner.
Schopenhauer es el principal precursor del vitalismo nietzscheano al reinterpretar la epistemología kantiana, haciendo del fenómeno, de lo que aparece, una mera ilusión tras la que se oculta la voluntad infinita y ciega, la fuerza, una tendencia o impulso universal, la voluntad universal.
Con El nacimiento de la tragedia - su primera obra - quería destruir la tradicional imagen ilusoria de la cultura helénica, modelo de armonía y serenidad, de perfección y proporción racional. El verdadero suelo cultural de lo griego es, según Nietzsche, el de Dionisos, dios sufridor y de la vida glorificada. A través de su figura nos ofrece una nueva modalidad en el pensar, una filosofía que se oculta tras la estética o una estética que se carga de filosofía.
Es la metafísica del artista, la ontología que da cuenta de la belleza de lo fenoménico, de la necesidad que el ser tiene de la apariencia y del destino trágico de la vida humana. Aquí las ideas se proponen como adivinaciones, los símbolos artísticos se llenan de sentido filosófico. Tal es el caso de lo apolíneo y lo dionisiaco, dos estilos estéticos que utilizaban los griegos en la tragedia y que condensan una visión del mundo superadora del pesimismo. De la mano del dios de la luz y de la razón, Apolo, aceptaban las simetrías y perfecciones del mundo. De la mano de Dionisos, dios del frenesí y del éxtasis, de lo informe y caótico, expresado en la tragedia, comprendían los horrores y enigmas de la existencia. La contemplación de Dionisos les producía el mismo placer que las formas simétricas de Apolo. Los griegos superaron así el pesimismo, al aceptar el devenir dionisiaco, al afirmar el lado oscuro de la existencia, al buscar una salvación a través del arte.
El rechazo de Dionisos se inicia en la cultura griega con Sócrates, y en su figura cifró Nietzsche los signos filosóficos de la decadencia de Occidente: el socratismo es la búsqueda de la claridad ilustrada y el olvido de la tiniebla dionisíaca, la mitificación del valor de lo racional y el empobrecimiento de lo vital - instintivo-, la exaltación, en fin, del hombre teórico.
En la persona de Sócrates practicó Nietzsche por vez primera el arte de la sospecha. Este método es la genealogía, que rastrea el pasado en el presente para desvelar su engaño. Su material son las producciones ideológicas de la civilización en la historia, metafísica, moral, religión etc. A través de ellas la genealogía descubre las fuerzas naturales e instintivas que operan en las representaciones y sentimientos del psiquismo humano, reconoce su acción subterránea en las floraciones excelsas de la metafísica y la moral. ¿Qué se esconde en el alma de las naturalezas compasivas siempre dispuestas a socorrer al otro en sus desgracias, nunca preparadas para compartir sus goces? La persona compasiva no tiene en la dicha ocasión de mostrar su poder, se siente superfluo; la afirmación de poder es el móvil descarnado de la compasión. Nietzsche sospecha que a Sócrates le estaba vedado el entusiasmo artístico, su sensatez veía peligrosa la tragedia, su naturaleza sólo sabía poner obstáculos al instinto. La naturaleza y la debilidad de Sócrates forzaron su destino como crítico y dialéctico. Sócrates comprendió el arte desde la teoría, Nietzsche propone la comprensión de la teoría y la ciencia desde el arte.
El amor a la verdad es trocado por la necesidad de la ilusión vital. Ésta es la finalidad de su breve obra Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral. La obra incide en la crítica al intelectualismo y rechaza el conciencialismo, sobrevalorador del papel de la vigilia en la conciencia humana. Comienza con esta fábula:
“En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que los animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la Historia Universal, pero a fin de cuentas sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer”.
Nietzsche quería dar una idea de lo caduco y estéril que es el intelecto o inteligencia humana dentro de la naturaleza. Durante eternidades no existió, y cuando de nuevo se acabe todo no habrá sucedido nada, puesto que para ese intelecto no hay ninguna misión más allá de la vida humana. El ser humano es sólo eso, humano, pero tiende a engañarse y piensa que todo el mundo gira alrededor de él mismo. Ese orgullo ligado al conocimiento es la causa del engaño acerca de su propia existencia al sobrevalorar su ciencia o conocimiento mismo.
La verdad no es una correspondencia o reflejo de la realidad o del mundo que nos rodea, sino un conjunto de figuras retóricas, metáforas, metonimias y antropomorfismos que representan un acuerdo arbitrario entre los seres humanos para designar la relación entre una realidad exterior y el impacto que nos produce. Son las medidas o los mapas que nos fabricamos para conocer el mundo. La verdad es una mera ilusión. Éste es el sentido del siguiente texto de la misma obra:
“¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas sino como metal”
El intelecto descansa en un fondo biológico inconsciente e instintivo al que sirve. La conciencia es sólo la superficie de lo humano. La superficialidad y el engaño son las formas usuales del actuar consciente. Esta inversión nietzscheana preludia a Freud.
Desenmascarada la ilusión del conocimiento intelectual, Nietzsche concede a la vida mental consciente el mismo rango cognitivo que a las actividades irracionales, consideradas banales por la razón. La experiencia artística, similar a la onírica, no aporta un grado menor de ser que la vigilia racional, pues el arte y el sueño constituyen la apariencia de la apariencia, crean realidad y sumergen al hombre en la ilusión
El ataque al idealismo, - que comienza en la filosofía de Sócrates y Platón -, por el que ha errado milenariamente la cultura occidental en metafísica, moral y religión, se inicia con frialdad positiva en Humano, continúa en Aurora y la Gaya ciencia. La sospecha psicológica que busca el móvil inconfesado en las grandes teorizaciones ideológicas es su principal arma crítica.
En Así habló Zaratustra, Nietzsche sintetiza este ataque cuando ya tiene perfilada su propia opción vitalista. El derribo y transmutación del idealismo, que es el trabajo del nihilismo, se expresa en la metáfora de la muerte de Dios, tema central de la primera parte de esta obra. La muerte de Dios es la constatación de un camino recorrido por el pensamiento occidental. Por su medio, se puede señalar la historia de la alienación del ser humano en lo transmundano, diagnosticar la enfermedad debilitadora del hombre y de la cultura europea: el nihilismo.
El pensamiento filosófico occidental, tras las grandiosas concepciones socráticas sucumbió a la tentación platónica de ver y valorar el mundo. La mirada metafísica de Platón califica negativamente el mundo sensible al postular como característica del ser auténtico, de la idea, la quietud, la inmovilidad, la estabilidad, al separar el ser del tiempo. Esto conlleva la distinción entre un mundo apariencial, pasajero y engañoso, y un trasmundo eterno, verdadero y bueno. El hombre sabio y bueno debe mirar sólo a lo ideal, sintiendo su alma cautiva de un cuerpo sensible que sólo merece desprecio. La ontología platónica oculta una axiología (ciencia de los valores), cuyos supuestos son la negación, la huida de este mundo, el rechazo de lo instintivo y vital. El dios judeocristiano sintetizó toda esa idealidad transcendente, todo lo alto y sublime fue predicado de Dios, lo bajo y enfermo del hombre. A éste se le exigía la renuncia a la tierra, el resentimiento contra la vida, la servidumbre. Así Dios enajenó lo mejor del hombre, se constituyó en el "vampiro de su vida". Esta práctica existencial de la debilidad ha culminado en el mal crónico del hombre y la cultura moderna: el nihilismo, la enfermedad de la falta de valor, incapaz de producciones culturales que sirvan al instinto, la fuerza y la vida.
La muerte de Dios supone una purificación de las fuerzas dormidas del hombre, revitalizadas ante su cadáver. Purificado el hombre por el nihilismo urge después de la transmutación del idealismo, la nueva inversión de los valores y de la forma misma de valorar. Así han de entenderse las tres metamorfosis propuestas en Zaratustra, el camello, que, obediente, se inclina ante la ley de Dios, actuando siempre por deber y respetando su pesada carga, deja paso al león que dice no a la moral objetiva y rompe con sus fuerzas las ataduras de la ley. Él a su vez, se transmuta en el yo creador, que como un niño, afirma la vida como un juego. La muerte de Dios deja paso a una concepción lúdica de la existencia, inaugura un nuevo modelo de hombre.
Muerto Dios, Nietzsche quiere restituir al mundo y al hombre el señorío sobre el tiempo, sobre la existencia. El tiempo es la duración circular en la que orbita el universo eterno. A esta nueva perspectiva la llama Nietzsche el eterno retorno, el anillo de los anillos, el Gran Mediodía, la nueva Aurora de la humanidad que da al acontecer mundano el valor máximo y a la tierra caracteres divinos. La muerte de Dios supone el hundimiento de la cultura occidental sostenida en el otro mundo; es en el mundo, en lo finito, donde hay que buscar la energía de la creación, la voluntad de poder; pero si el mundo no es lo infinito, sino lo finito, la eternidad sólo puede ser pensada como eterno retorno, al modo de los presocráticos. Es inútil buscar una conceptualización precisa del eterno retorno, es más bien el fondo insondable y misterioso del universo, del devenir, donde todo es posible, que origina y envuelve todo lo real. Con él Dios ya no es necesario. El eterno retorno es para el hombre superior un motivo de gozo cósmico y profundo en la estructura del tiempo. Vivamos de modo tal que queramos repetir este instante eternamente, hagamos de nuestra vida la obra de arte de nuestra voluntad libre, no una existencia vulgar y mezquina.
La voluntad de poder designa tanto la fuerza creadora del universo como el despliegue del hombre total, del hombre cósmico. La voluntad de poder es la energía creadora de la tierra y sus habitantes. Es el dinamismo de la naturaleza, del conocimiento, de la dominación política, del arte.
¿Y qué consecuencias cabe extraer de esta nueva perspectiva para las metas humanas? Nietzsche va a proponer llevar al hombre más allá de sí mismo.
La desmesura trágica y dionisíaca impregna los anhelos nietzscheanos para con el hombre varón. "El hombre debe ser educado para la guerra, y la mujer para el descanso del guerrero. Todo lo demás es locura" (Más allá del bien y del mal). La reflexión antropológica de Nietzsche oscila, pero siempre mantiene la distinción entre hombres vulgares y grandes hombres. En Humano, demasiado humano, los hombres distinguidos son llamados espíritus libres. Son varones descomprometidos, ágiles para adoptar nuevas perspectivas o acciones. Son una especie contraria a los librepensadores, es decir, opuesta a los ilustrados del siglo XVIII empeñados en su lucha contra el régimen señorial y en pos del igualitarismo. Con el tiempo esta propuesta de los espíritus libres le parece insuficiente. Nietzsche echa de menos en su época los héroes del pasado, Alcibíades, Julio César, Cesar Borgia o Napoleón. Nietzsche propone el "Superhombre", como renovación contra la decadencia de Occidente. El hombre moderno es el ocaso de dos mil años de cultura enfermiza, es el fin del período platónico - cristiano que muere con su Dios agonizante. La muerte de Dios ya ha empezado, pero todavía es tarea del superhombre consumarla activamente y levantarse sobre su cadáver caliente en actitud de héroe tras tantos siglos de domesticación.
Hay que pasar de la moral de los esclavos, a la moral de los señores. Sólo aquellos hombres que no creen en la finalidad de la historia ni en la moral de la igualdad, y demás valores transmundanos, andan ligeros de equipaje para dar paso al Superhombre.
El superhombre no es la pérdida de sentido, sino la afirmación del sentido de la tierra, del eterno retorno, es la victoria sobre la escisión entre el alma y el cuerpo; ambos irán ahora unidos en la afirmación de los impulsos vitales, de la voluntad de poder. Es una mutación cultural, no genética, que hace del individuo su propio creador.
El superhombre sustituye los valores cristianos muertos por sus contrarios, la humildad por el orgullo, la mansedumbre por la fiereza, el amor al prójimo por el egoísmo, la igualdad por la diferencia... para lograr sus objetivos, es necesario que los hombres superiores declaren la guerra a la masa, gracias a la voluntad de poder y se sirvan de ella mediante la astucia y la fuerza. La humanidad debe estar presidida por el descollar de esta nueva aristocracia más allá de las trabas morales y jurídicas.
La influencia ejercida por Nietzsche en el siglo XX, ha sido inmensa dando origen a tendencias incluso opuestas. Podemos decir que su pensamiento sigue teniendo una gran actualidad.
Su crítica despiadada al conciencialismo y al dogmatismo racionalista, ha tenido gran influencia en la aparición del psicoanálisis freudiano, que afirma el hecho de que la conciencia no es más que la superficie de nuestro mundo interior, siendo la superficialidad y el engaño las formas usuales del actuar consciente. El ser humano es un campo de batalla de fuerzas, pulsiones inconscientes, que llevan al ser humano e incluso a la sociedad a un malestar, y a una existencia alienada.
La exaltación nietzscheana del las fuerzas irracionales de la existencia, y el nihilismo, ha dado paso a una de las corrientes filosóficas más representativas en el siglo XX, la corriente existencialista: Jaspers, Heidegger, y especialmente Sartre son sus deudores. Desde el punto de vista de la filosofía política, la ambigüedad del discurso nietzscheano ha permitido que libertarios y nazis quieran apropiarse de su doctrina cada uno por su lado. Los nazis como buscadores del “superhombre” relacionaron su pensamiento con Spengler y Rosenberg. Los libertarios han realizado una lectura nihilista inspirándose en la transmutación de los valores para alcanzar una sociedad libre. Para algunos neomarxistas como Horkheimer, el vitalismo de Nietzsche supone una legítima protesta contra la rigidez de un racionalismo vacío y uniformador del individuo característico de las formas capitalistas de vida.
Es importante también su influencia en el relativismo lingüístico de Benjamín Lee Whorf, en la actual filosofía del lenguaje e incluso en la teoría de la ciencia.
Por último hay que señalar la influencia nietzscheana en la literatura y filosofía española contemporánea. Pío Baroja en El árbol de la ciencia; Ortega y Gasset, en Verdad y Perspectiva, de su época perspectivista y en su época vitalista. María Zambrano, por su parte, influida por varias obras de Nietzsche, como Así habló Zaratustra y Aurora, ha criticado y transformado los conceptos de nihilismo y de muerte de Dios, en un sentido positivo como “la última aparición de lo sagrado”.
Texto: Paloma Sánchez en Wikillerato
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