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Dos intermedios de lectura
I
Para el segundo entreacto de La vida es sueño
¡Salve Segismundo, más infeliz que el ave, el pez, el bruto y el cristal del arroyo! ¡Cuántas veces has pasado por la cargada atmósfera de los teatros en las tardes dominicales, haciendo tus aprendidas piruetas entre dos abismos, bárbaro toreador del bien y del mal! Hay que desobedecer a los astros, esclavo del presagio, y tu grandeza está en el desacato a las estrellas, y en la rebelde desobediencia a los humanos. Cuando entras en las cámaras de la corte, con los ojos cargados de sueño, de recuerdo y de ambición, cruza por las salas donde está sentado el público, la emoción de la gran escena. Tú eres la justicia, la libertad del albedrío, el humano libertador de ti mismo; tu estudioso padre Basilio, el servil esclavo de la fatalidad y de lo injusto. El campo y la corte se ven frente a frente, y los corazones están latiendo detrás de Segismundo, apelotonada multitud tras de su verbo. Él habla: habla con Clotaldo, que es la lealtad a su señor, la noble y encanecida experiencia, y quiere matar a la noble y encanecida experiencia con su daga; habla con el criado que es la baja y asalariada experiencia, la prudente voz del escarmentado a palos, y la echa por el balcón, a ese mar que no existió nunca, que según los eruditos es un error de geografía calderoniana, al mar de la justicia inexorable. Ya saca la espada contra Astolfo, embajador de los buenos modos, —sutil defensor de distinciones entre caballeros cubiertos y descubiertos, hombres grandes y de buena talla. ¿Qué dejas para tu padre, Segismundo, ya empleados —a cada cual lo suyo— espada para el príncipe, daga para el fiel cortesano, puños para el advertido lacayo? Segismundo deja para su padre un arma acariciada años y años en la soledad del monte fragoso, destinada a un corazón desconocido —¿a cuál sería, Señor?— al corazón del que le colocó por bajo del pez, del bruto y del cristal: es el arma que no inventó el hombre, el arma del niño y del pordiosero, la piedra pesada, dura, terrena, de la buena y justa razón. ¡Bien pedidas las cuentas a tu padre, Segismundo! Ya nos iban doliendo mucho en el corazón tantos siglos de deuda atrasada, y el enojo de ver al usurero deshacerse en alarde de generosidad. Te dio la vida para quitártela apenas. Y ahí la tiene guardada en la caja de su sabiduría, y ya te dice los intereses que le debes, los que le tienes que pagar hoy que accede liberalmente a darte lo tuyo: interés de ser juicioso y prudente, de aprender nuevos modales, de respetar a los nobles y a las damas, de venerar a su padre y rey. A trueque de todo esto, de tu selvática libertad, de las riendas de tu gusto, de las ruedas de tu carro, del camino que llevas encerrado en los ojos, recto y libre, te dará título, trono, y reinado, buen horizonte de salones palatinos.
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Es un contenido de la Intitución Libre de Enseñanza - Residencia de Estudiantes publicado en su portal de Revistas de la Edad de Plata
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Fecha publicación: 1.4.2014
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