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Mi hijo Nico compartía sus juegos con un lobo con el que hablaba continuamente, pero nosotros nunca le dimos importancia porque pensábamos que demostraba tener una gran imaginación”, cuenta una madre. Según Christopher Green, autor de 'Educar al niño en edad escolar' (editorial Medici), uno de cada diez niños crea amigos imaginarios, objetos, personas, animales, personajes invisibles, con los que juega, habla o se pelea. Amigos, que suelen ser del mismo sexo que el niño, con nombre propio, personalidad y rasgos físicos definidos, fruto de la fantasía infantil.

JUDITH MARTÍNEZ / LA VANGUARDIA 

La naturalidad con la que Marta Romeo se enfrentó a las charlas de su hijo Nico con su amigo lobo no coincide con la actitud que adoptan otros padres, que se inquietan al descubrir a su hijo enfrascado en una conversación con un amigo invisible.

Lejos de la anormalidad, diferentes estudios norteamericanos aseguran que la mitad de los niños en edad preescolar tiene algún amigo imaginario en algún momento. Si suelen aparecer a los tres años, la edad mágica, desaparecen alrededor de los seis, la edad de la razón, señala Luciano Montero, psicólogo, asesor de la revista Ser Padres Hoy y coautor del libro 'La educación de nuestros hijos' (editorial Temas de Hoy).

Montero apunta que entre los tres y los cinco años –la también llamada edad dorada–, el niño dispone de una vitalidad poderosa y de una curiosidad sin límites, que le impulsan a una actividad permanente. Una edad en la que todo es nuevo, a la vez que cuaja la inteligencia simbólica, como el lenguaje y el juego. Ahí es donde entran la magia y la fantasía. El juego, fuente de creatividad, permite simular, representar distintas situaciones reales, personajes, objetos y actividades.

El amigo imaginario puede aparecer y adquirir en este sentido distintas personalidades: el héroe o hermano mayor que, siempre protector, saca de apuros al niño; el que paga el pato y carga con las culpas de haber cometido alguna travesura; el hijo adoptivo que se lleva las broncas que el niño ha recibido con anterioridad y al que dice cómo debe comportarse; el amigo fiel que le hace compañía…

Aunque los niños insisten en su existencia real, saben que estos amigos son fruto de su imaginación, suelen tener claro qué es realidad y qué es ficción. Así, el hecho de que un niño juegue con su amigo imaginario –algo que se da más en niñas, primogénitos e hijos únicos o sin hermanos próximos en edad– no es síntoma de trastorno mental ni de estrés emocional. Más bien suele ser una manifestación de su capacidad de fantasear.

Sin embargo, hay padres que no se sienten cómodos ante este tipo de juegos y caen en el error de ridiculizarlos o de hacer sentir a los niños que les mienten. Los expertos en psicología infantil advierten que hay que mostrarse respetuoso y tolerante y permitir que desarrollen el sano ejercicio de entrar y salir del mundo de la fantasía.

Pero si bien los especialistas consideran que aceptando a estos extraños amigos los padres crearán una complicidad con sus hijos, también aconsejan no llevar este tipo de juego demasiado lejos, porque una excesiva sumisión podría indicar problemas de adaptación a lo real. El amigo imaginario debe preocupar a los padres cuando el niño prefiera quedarse con él a estar en compañía de amigos reales, o también si se prolonga en el tiempo, una vez que el niño está escolarizado.

Por ello, hay que prestar atención, para que no lo viva de manera muy intensa, como en los casos en que les sirve para proyectarse, atribuyéndoles sus sentimientos negativos. Entonces habrá que averiguar qué es lo que les hace la realidad tan desagradable.

“Mi hija Lola se inventó a Adriana, una amiga imaginaria, cuando a los dos años nació su hermana Anita. Pero sólo hablaba con ella cuando estábamos las dos solas, nunca delante de mi marido o de otras personas. ‘Adriana y yo vamos a pintar’, ‘Adriana dice que no quiere ir a cenar’, me contaba”, explica una madre. Paulino Castells, especialista en pediatría, neurología y psiquiatría y autor, entre otros libros, de la 'Guía práctica de la salud y psicología del niño' (editorial Planeta), explica que esta niña sentía rivalidad hacia su hermanita y, al necesitar más tiempo con la madre, trataba así de llamar su atención.

Tras consultar al psicólogo del colegio, Ana, la madre, encaró el tema hablándole como a un adulto: “Yo no veo a nadie, Lola. ¿Me puedes enseñar dónde está Adriana? Hasta que me la enseñes no vuelvas a hablar de ella”, sentenció. Nunca más habló de su amiga Adriana, aunque manifestó sus celos de otras formas muy variadas.

Como advierte Castells –que también es asesor del portal para ayudar a los padres Solohijos.com–, aunque sepan distinguir la realidad de la ficción, para estos niños sus amigos imaginarios existen y es decepcionante notar que los padres no creen en ellos, porque les hacen compañía y les sirven de escape emocional, así que preguntarles de vez en cuando por ellos es una buena idea.

Como Calvin, de la famosa tira cómica de Bill Watterson, un niño muy fantasioso que tiene como amigo imaginario a un tigre llamado Hobbes, con quien habla de cultura, arte, política y otros temas trascendentales, los niños ven a sus amigos imaginarios como a seres vivos, mientras que el resto de las personas los ve como unos muñecos de peluche o simplemente no los ve.

De modo parecido a lo que ocurrió con Lola, hay casos en que el niño siente el impulso de refugiarse en un mundo ficticio debido a una carencia emocional, como la falta de amigos o de acercamiento afectivo con los padres. “Se inventan amigos porque tienen la necesidad de tener el interlocutor que la vida real no les proporciona, manifestando así su soledad”, asegura Castells. Entonces, los expertos aconsejan socializar al niño, ayudarle a tener amigos, así como buscarle actividades variadas y pasar más tiempo con él, no sólo respondiendo a sus preguntas sino también interesándose por su amigo imaginario para así averiguar qué es lo que está expresando a través de él.

Pero descartando estos casos u otros patológicos (una exageración de ese amigo, o incluso que este se vuelva violento), los estudios señalan que los niños con amigos imaginarios tienen menos conductas agresivas. Al contrario, algunos trabajos indican que estos niños serán más creativos cuando sean mayores y se inclinarán por el arte, la narrativa, la poesía y otras expresiones artísticas.

Como aconseja Christopher Green, “si su hijo charla por los codos con un amigo imaginario, relájese y disfrute de esta ventana de tierna inocencia”, porque un día se evaporará y su hijo apenas se acordará de él. “El paso de los niños por esta edad es encantador e irrepetible”, coincide Montero.

Mapa conceptual: Amigos de inocencia

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Fecha publicación: 16.11.2010

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