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En 1798, Francisco de Goya retrató a un Gaspar Melchor de Jovellanos que parecía haber abandonado toda esperanza de modernizar una sociedad a través de la Ilustración por la que tanto había luchado durante su juventud. Este cuadro lo podemos situar aquí, dentro de la Línea del tiempo del Museo del Prado. Activando la capa de contexto histórico en la Línea del tiempo y pinchando después en la rueda de utilidades (esquina superior derecha), podemos entender la historia que rodea al cuadro. Además, haciendo doble clic en la entidad de nuestro interés, podremos llegar hasta una ficha explicativa.
Desterrado por defender las reformas propias de un hombre ilustrado como él era, Gaspar Melchor de Jovellanos se hizo retratar, en 1798. por Francisco de Goya, otro partidario de la renovación política europea entre los siglo XVIII y XIX. Siempre con su mirada melancólica, parece que este retrato íntimo contrasta radicalmente con un hecho que había ocurrido apenas diez años antes: la Revolución Francesa, el punto álgido y más sangriento de la Ilustración. Pero, como toda historia, esta también tiene su comienzo.Podría, quizá, considerarse (a pesar de que el pensamiento racional ya lleva unos años instalado en los eruditos de la época) que la Ilustración nace con la publicación de la Enciclopedia (l’Éncyclopédie, 1751) de Denis Diderot y Jean Le Rond D'Alembert, un intento por acercar los saberes universales de la época a una sociedad en la que todavía existía demasiado analfabetismo. Una obra con carácter innovador y pedagógico, esencial en el movimiento ilustrador, como también lo serían algunos escritos de Jovellanos como Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias, debate que tan de moda sigue en nuestros días.
No obstante, la lucha más férrea (o, al menos, que más ríos de tinta ha hecho correr) sería la de la Ilustración contra el despotismo. "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo" era el lema con el que, de forma paternalista, las altas esferas monárquitas dictaban leyes para sus ciudadanos sin la opinión ni colaboración de estos. El concepto "despotismo ilustrado", si bien enmarcado todavía dentro del Antiguo Régimen, pretendía incluir las ideas ilustradas en las prácticas gubernamentales para, poco a poco, irse abriendo a este pueblo.En la España gobernada por los Borbones (dinastía francesa que seguía reinando también en el país vecino) podría parecer que este movimiento no tuviese mucho éxito al principio. A menudo se habla de una moderación española que contrastaría con el comportamiento más radical de contemporáneos a Jovellanos como Jean-Jacques Rousseau y El contrato social, que trata principalmente sobre la libertad e igualdad de los seres humanos bajo un Estado instituido por medio de un contrato social.La defensa pacífica de estas ideas por medio de la convicción de filósofos y pensadores comenzó a dar paso, poco a poco, a reacciones más drásticas para frenar la dureza de la monarquía absoluta: pueblos que, hartos de la férrea imposición absolutista, decidieron tomar las riendas de la situación. Esta idea de liberación calaría fuertemente en aquellos territorios lejos de los controles de las metrópolis. Hablamos, por ejemplo, de la Independencia de las Trece Colonias.A George Washington y a Thomas Jefferson, primeros presidentes de lo que posteriormente se conocerían como los Estados Unidos (y ya independientes) de América,
les unía las ideas revolucionarias americanas. Eventos como la Guerra de los Siete Años, en la que se vio involucrada Nortamérica cuando eran jóvenes, seguramente les influyó en sus ideas posteriores.Ambos están presentes en esta línea del tiempo en la que podemos observar, también, a Napoleón Bonaparte (que progresivamente se iría alejando de estas ideas revolucionarias ilustradas para recuperar un poder absoluto con su figura como protagonista) y a Fernando VII de España (con una actitud parecida a la de Napoleón), cuyas vidas acabarían entrelazándose durante los hechos previos y posteriores a la Guerra de Independencia Española.De nuevo, observándonos desde la capa del Museo del Prado, encontramos al inmortal Francisco de Goya, testigo (in)directo de todos estos actos.
Gaspar Melchor de Jovellanos, caído ya en desgracia, pudo haber visto su oportunidad de resurgir con el gobierno de José Bonaparte, hermano de Napoleón, en mitad de la Guerra de Independencia española. Las ideas afrancesadas con las que simpatizaba Francisco de Goya, autor de su retrato, no fueron suficiente para Jovellanos que prefirió seguir de parte de su país durante la invasión francesa, si bien sus ideas siempre lejos del despotismo de Carlos IV.No llegó a ver su deseo cumplido, ya que murió en 1811, tres años antes del fin de la guerra y del retorno del absolutismo borbónico a España de la mano del antes nombrado Fernando VIII, hijo de Carlos IV. Este, si bien recibió el sobrenombre de "El Deseado" al regresar de su cautiverio en Bayona, demostró que sólo deseaba el "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo". La melancolía que nos mostraban los ojos de Jovellanos pareció, entonces, traspasar el lienzo para instalarse en los corazones de los que habían luchado por el cambio.
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