La Latina ocupa gran parte del Madrid más antiguo, a veces también conocido como Madrid de los Austrias con el que coincide en gran medida, y guarda una peculiar organización urbana propia de la distribución medieval, con plazas amplias y calles estrechas que siguen el antiguo recorrido de las aguas. Su configuración se solapa casi perfectamente con los primeros recintos amurallados de la ciudadela del siglo IX —la almudena— y de la ciudad —la medina— que la circundaba. En sus calles han tenido presencia todos los hechos históricos sucedidos en Madrid en todas las épocas, sin perder su carácter popular. En este sentido se puede decir que La Latina constituye gran parte del verdadero centro histórico de Madrid. Pese a la singular pervivencia de alguna edificación antigua -entre las que destacan algunas de las mejores muestras de las llamadas "casas a la malicia"-, la edificación del barrio es mayoritariamente del siglo XIX sobre las parcelas antiguas de edificios derruidos o derribados lo que mantiene el urbanismo de calles estrechas y quebradas junto con grandes plazas. Se trata de edificios muy característicos por sus grandes y muchas ventanas, que a veces constituyen estrechas balconadas de forja, aleros ligeramente sobresalientes con cubierta de teja árabe y fachada en mortero de color. Constan de cuatro o cinco alturas, más divididas en pisos en función del aumento de la altura, consagrándose en general la primera planta completa a residencia del propietario y el resto a alquileres. Particularmente característica fue la demolición del viejo mercado de la Cebada, inaugurado en 1875 para sustituir e institucionalizar la venta al aire libre en la plaza del mismo nombre y dar satisfacción al nuevo gusto modernista. Los problemas de salubridad y la falta de conciencia histórica y estética dieron a mediados del siglo XX al traste con el mercado —aunque el cercano y gemelo mercado de San Miguel sigue en pie para su contemplación— construyéndose uno nuevo de hormigón que presume de su gran techo abovedado que permite salvar unos enormes vuelos sin columnas, orgullo de las nuevas técnicas arquitectónicas. Actualmente el proyecto de reforma por parte del Ayuntamiento del mercado y las instalaciones deportivas adjuntas, se encuentra paralizado debido a los problemas financieros que atraviesa el consistorio. Como se ha dicho, la plaza de la Cebada funcionaba como mercado de abastos, generalmente al por mayor, desde que en el siglo XV se habilitara para este fin un gran espacio extramuros de la Puerta de Moros. En el siglo XVIII ya se celebraban en este lugar las ferias de la ciudad y en el XIX fue además testigo de las ejecuciones de relevancia popular como la del general Rafael de Riego, ahorcado, o el bandido Luis Candelas por garrote vil. También ha de encontrarse una explicación histórica a las dos Cavas (Baja y Alta), en la actualidad dos calles que transcurren casi paralelas repletas de comercios y lugares de ocio y que originalmente marcaban el acceso a los huecos excavados bajo la muralla que permitían el acceso y salida de la ciudadela incluso con las puertas cerradas. En estas calles, en el siglo XVII, empezaron a alojarse en posadas, fondas y hospederías los mercaderes que venían de las diferentes zonas aledañas a Madrid a vender en el mercado. Los viajeros y sus caballerías se alojaban, según su procedencia, en instalaciones regidas por sus paisanos; instalaciones que fueron creciendo en calidad y servicios creando una estructura comercial y de ocio a la medida de estos visitantes profesionales con dinero fresco y escaso control social. Actualmente se conservan sólo algunas de estas posadas y la totalidad de la orientación al ocio gastronómico y tabernario, entre los que cabe citar a Casa Lucio, La Soleá y muchos otros establecimientos tradicionales de Madrid de la máxima relevancia en su género. Desde la plaza de la Cebada y a través de la puerta de Moros se entraba en la ciudad por la plaza de los Carros, llamada así por la parada de carros dedicados a la distribución de mercancías procedentes del mercado. Adjunta a esta plaza está la de San Andrés, donde en el lugar de la antigua mezquita se erige la imponente iglesia de San Andrés consagrada en honor de san Isidro, patrón de la ciudad cuyo hijo —San Illán— fue salvado milagrosamente de la caída a un pozo que puede contemplarse en la casa adjunta a la citada iglesia, casa en la que habitaba el Santo con su esposa Santa María de la Cabeza y que hoy constituye el interesante museo de San Isidro sobre la historia de la ciudad. Entrando a la vieja ciudad por la citada Puerta de Moros, dejando a la derecha la iglesia de San Andrés, pasando en su momento incluso por debajo de un pasadizo elevado que comunicaba la tribuna de esta iglesia con el majestuoso palacio de los Lasso —hoy derruido y sustituido por viviendas— que fuera residencia de los Reyes Católicos en Madrid; hay un estrecho paso que lleva hacia la pPlaza de la Paja, un lugar que en el siglo XIII era el centro del mercado de la antigua villa y donde, ya entonces, Juan II de Castilla erigió la llamada Plaza del Arrabal, que posteriormente fue Plaza Mayor de la villa. Alrededor de la plaza se ubicaban las casas y palacios correspondientes a algunas de las más importantes familias, donde —como se ha dicho— encontraban alojamiento los reyes de Castilla cuando iban a la villa de Madrid. La plaza de la Paja está presidida por la capilla del Obispo, adosada a la trasera de la citada parroquia de San Andrés y el palacio de los Vargas —hoy centro concertado de Educación Secundaria— únicos edificios antiguos que permanecen en pie. Se ha dicho que este lugar recibe su nombre actual de la costumbre de dar paja al cabildo de la capilla para las mulas que utilizaban sus capellanes para pasear. Al otro lado de la plaza se encuentra el Colegio de San Ildefonso, la institución de enseñanza infantil más antigua de Madrid cuyos alumnos son aún los encargados de cantar la Lotería Nacional. Al final de la plaza de la Paja y sobre un balcón de la calle de Segovia, encontramos el jardín del Príncipe de Anglona —un jardín neoclásico en el que por las tardes no resulta difícil encontrar a los escolares del citado colegio de San Ildefonso y de otros cercanos merendando y jugando—. Y saliendo ya de la plaza por la calle del Príncipe de Anglona —dejando a la izquierda el antiguo palacio—, presidida por la torre mudéjar del siglo XIV de la iglesia de San Pedro el Viejo, —tal vez la torre más antigua en pie de la capital— se llega a dicha iglesia —alojamiento permanente de la imagen de Jesús el Pobre— y a la calle del Nuncio, donde estuvo hasta el siglo XX la nunciatura apostólica del papado en España, para perdernos por estrechas calles en dirección a la Cava Baja. Para finalizar el recorrido histórico merece la pena volver a la plaza de la Paja y descender por la estrecha calle de Alfonso VI, llamada así en honor del conquistador de Madrid y por ennoblecer su antigua denominación de calle del aguardiente —por llevarse a cabo en esta calle gran parte de la distribución de estos licores— y de la consiguiente fama asociada a peleas y discusiones que dicho negocio al parecer provocaba. Por ella se llega a la "Morería Vieja", probable centro de la antigua ciudad árabe y posteriormente arrabal de moriscos irredentos y conversos, durante mucho tiempo y hasta finales del siglo XIX en estado de ruina y abandono, de todo lo cual pervive el nombre de la calle de la Morería y, probablemente, el de la plaza del Alamillo, propuesta cristianización del viejo alamud o tribunal árabe que se correspondería con algunos estudios que adjudican a este lugar el viejo ayuntamiento moro (aunque tal vez sea sólo referencia popular al álamo que tuvo esta plaza). Entre las muchas calles con nombre de origen legendario está la citada de los Mancebos, antes de los Dos mancebos, en probable referencia a los dos niños allí encerrados —en el palacio de los Lasso— y posteriormente ajusticiados, acusados de la muerte accidental de Enrique I de Castilla en Palencia por la caída de una teja. Otras teorías encuentran el origen del nombre en los muchachos que se tenían de hospedaje en dicho palacio, quiénes, desde las ventanas a la altura de la calle, se divertían embromando a los viandantes.
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